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Opinión: ¡“Cuidado Con Los Humanos”…!

La brecha salarial no existe

Por Marta Miguel García

jueves 10 de enero de 2019, 01:56h

10ENE19 – ZARAGOZA.- “No existe brecha salarial” dicen los que apartan de las manos de sus hijos varones las muñecas “para que no jueguen con cosas de niñas, no se les pegue algo”. No sea que ellos aprendan a cuidar desde pequeños, pienso yo.

“No existe brecha salarial” dicen los que animan a chicos con medias de seis en matemáticas y física a estudiar ingenierías mientras que a chicas con medias de nueve les aconsejan que busquen una carrera más femenina.

No existe brecha salarial cuando los que aconsejan sobre carreras universitarias y trabajos a las mujeres les advierten “mejor trabaja en algo que te permita tener una familia el día de mañana”. Y ese sintagma “el día de mañana” gravita como una nebulosa espesa en nuestros tímpanos haciendo eco en nuestras decisiones futuras. ¿Cuántas veces, hombres, apelaron a vuestras futuras familias para disuadiros de emprender una carrera profesional? “No existe brecha salarial” piensa el padre de familia que aparta del parabrisas de su coche un anuncio de prostitutas víctimas de explotación sexual.

“No existe la brecha salarial” dice el que al entrevistar a una mujer le pregunta por su estado civil o por la probabilidad de ser madre pronto. No existe brecha salarial para el que atiende más a los atributos físicos de su compañera de trabajo que a su desempeño laboral ni para el que hace horas extra que repercuten en pluses monetarios mientras su esposa realiza las tareas domésticas el tiempo que él está en la oficina.

No existe la brecha salarial para la pareja de la mujer que sí se reduce la jornada laboral para cuidar de su familia - de esa familia que ya existía en la saliva de los que le aconsejaron hace años que cuidara bien qué trabajo elegía -.

No existe brecha salarial para el jefe que no contrata mujeres en edad fértil ni para el que asciende a hombres aún cuando su valía es la misma que la de la mujer que se sienta al lado.

No existe brecha salarial para los miembros - en su mayoría hombres - de cúpulas relativas al Derecho o a la Medicina cuando la mayor parte de sus tituladas son mujeres. No existe la brecha salarial para el que quiere comprar un bebé mediante gestación subrogada explotando el vientre, el cuerpo y la salud de la mujer que el neoliberalismo ha convertido en vasija.

Los hay que identifican la brecha salarial con el precepto “igual trabajo igual salario” como si ésta se redujera solamente al mismo salario base para empleados que desempeñan las mismas funciones. Como si la psicología de grupos, los antropólogos y sociólogos no tuvieran nada que decir al respecto.

Como si todo el bagaje anterior a la edad adulta no significara nada, tampoco el modo de educar a niñas y niños. La brecha salarial comienza en el jardín de infancia, en los juguetes que quitas a tu hijo y le das a tu hija.

La brecha salarial prosigue su camino en la educación obligatoria y en la adolescencia, cuando, como sociedad, llenamos a las chicas la cabeza de fantasías románticas, amores tóxicos, de princesas pasivas y guapas cuyo único anhelo es enamorar a un príncipe activo y valiente; cuando sólo imprimimos significado a la palabra pasión en su relación con el amor, para las mujeres claro.

Cuando abocamos a las mujeres a preocuparse principalmente por dos cuestiones: el amor y la familia. Para conseguir ese amor hay que estar bella y ahí fuera hay una industria cosmética nutriéndose día tras día con sumas millonarias a costa de decirnos a las mujeres lo feas e imperfectas que somos. De esa oda a la belleza se desencadena la competitividad entre hembras. Si el amor es lo más valioso a lo que podemos aspirar nosotras, las demás son mis enemigas.

Para los hombres la pasión que les inculcamos como sociedad viene adherida a la ambición, a la carrera profesional, al poder, al dinero. La brecha salarial continúa abriéndose camino cuando toca elegir salidas laborales, ya sea módulos de formación profesional o estudios universitarios; damos consejos con la mirada pervertida y repleta de roles de género; tenemos un mapa mental con dos columnas, la femenina y la masculina, en medio cientos de profesiones y grabadas a fuego flechas que unen cada una de esas profesiones con lo femenino y con lo masculino.

La mujer salió de la cocina, de la casa y se incorporó al mercado laboral pero el hombre no entró a esa cocina así que la mujer permanece en la puerta, entra unos ratos como esposa abnegada y sale otros como trabajadora profesional.

Para más INRI, la mujer salió de casa para acudir a empleos mal remunerados y a jornadas reducidas porque presuntamente el sentido de su vida es el de cuidar. A las mujeres nos han dado las migajas del mercado laboral, a modo de hobby.

Es hora de que la mujer se incorpore al mercado laboral al 100% y no con una pierna en él y la otra en los cuidados, la crianza y la casa como si sólo fuera responsabilidad suya. El problema del cansancio contemporáneo de las féminas es fruto de que el hombre se ha eximido de sus responsabilidades domésticas – y en domésticas incluyo el cuidado de niños y ancianos – y ellas deben cargar con el trabajo de fuera y de dentro.

La brecha salarial está parida y criada cuando llegamos a la edad adulta. Se gesta durante toda la infancia, adolescencia y juventud de la mujer. Que las profesiones que dan más dinero hayan sido tradicionalmente masculinas no es casualidad. Es fruto de siglos de una educación desigual, privilegiada para los varones, es el resultado de considerarles a ellos más inteligentes y a ellas como meros personajes secundarios, ciudadanos de segunda. Es consecuencia de un sistema salvajemente capitalista y patriarcal hecho a imagen y semejanza de la competitividad y de la desensibilización de sus trabajadores. Hecho por y para los hombres.

El feminismo tiene mucho qué decir sobre cómo y cuánto trabajamos, sobre qué tiene un precio y qué tiene valor, pero ese es otro debate. Mientras el sistema existente sea el que hoy en día nos abruma, debemos emplear todas las herramientas existentes para que las profesiones carezcan de género, para que el hogar y los cuidados dejen de ser propiedad exclusivamente femenina, para que la pobreza deje de tener nombre de mujer.

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