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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

El tiempo: En el final de la vida ( y II )

  • A Aurora Viloria

Por Germán Ubillos Orsolich
viernes 28 de diciembre de 2018, 01:44h

28DIC18 – MADRID.- Creo que fue Ortega, con esa genialidad que poseía, el primero en definir el cine como el “Séptimo Arte”, y el primero en recrear lo que es la vida; desde entonces suele afirmarse que una imagen vale más que mil palabras.

He de aclarar que la muerte en el cine y en la literatura en general poco tiene que ver con la medicina. Las fases por las que pasa un enfermo de cáncer desahuciado en fase terminal, las fases que define la doctora y famosa escritora a la vez Elisabeth Kübler - Ross poco tiene que ver en la mayoría de los casos con lo que vemos en la pantalla o leemos en las novelas.

La muerte de Madame Bovary por suicidio al ingerir cianuro potásico quizá tenga algo más que ver con la realidad, ya que Gustavo Flaubert repitió 14 veces su escritura. Pero para que la literatura y el cine reflejen con precisión la muerte por enfermedad tiene que tratarse de un libro o un filme de tipo psicológico profundo y además minuciosamente documentado y auténtico. Como guionista que he sido durante años en Televisión Española y para sus espacios dramáticos he de decir que perdería ritmo la muerte clínica atendida por los doctores en relación con la cinematográfica o literaria.

La banda de autores dedicados al estudio de los procesos de la muerte, como Raymond Moody, Caroline Myss, Sogyel Rimpoché, Victor Frankl o David Kessler, por nombrar solo a algunos, se inclinan más por analizar y describir el umbral de la misma e intentar visualizar lo que hay más allá del paro cardiorrespiratorio, como consecuencia de un fallo multiorgánico por una septicemia severa y masiva. La Unidad de “Paliativos y Terminales” intenta en esencia evitar el sufrimiento excesivo e innecesario en el momento del final de la vida, evitando sobre todo el dolor físico y la angustia de la conciencia del final, proceso natural por otro lado de toda vida humana, cuya civilización occidental actual intenta por todos los medios ignorar, olvidar y ocultar.

Tal hecho no ocurría por ejemplo en el siglo XIX en el que el abuelo solía morir en su propia casa, en su propia cama, y atendido y velado por los hijos y visitado con frecuencia por los nietos y nietas, niños pequeños que se familiarizaban así con la muerte.

La decrepitud tan temida de muchos, por la salida del hogar familiar y aparcamiento en moritorios más o menos adecentado pero que suele resultar un espectáculo casi dantesco para quien los visita por vez primera y en plena juventud. Un mundo avanzadísimo técnicamente, pero tan inhumano como aséptico.

A todos nos gustaría terminar rápido, sin dar problemas y sufriendo lo menos posible como personas, y para aquellos que nos rodean.

La vejez es algo llevadero y quizá en algunos momentos hermosos, no así la decrepitud en cuyos detalles no voy entrar y que conlleva unos gastos económicos enormes.

Mi hija, muy pequeña cuando nos acompañó un día a ver a mi madre a la que quería mucho en sus últimos y cortos años postrada en una residencia, levantando su cabecita me preguntó: ¿por qué no la matamos?

En esa frase, querido lectores, podemos definir el hecho de la moderna muerte tan actual, tan alejada por supuesto de la literatura, y la gallardía dramática y hasta hermosa con la que adornan la muerte y la llevan a cabo los héroes llevados en buena parte al cine.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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