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Opinión:

Camilo Catrillanca, joven mapuche asesinado por la policía militar chilena
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Camilo Catrillanca, joven mapuche asesinado por la policía militar chilena

Camilo Catrillanca, o el abismo de nuestro diferendo

Por Adolfo Vera (*)

lunes 19 de noviembre de 2018, 12:33h

19NOV18 – TOURS (FRANCIA).- La muerte del joven Camilo Catrillanca ha generado otra grieta más en el abismo que, de un tiempo a esta parte –y como ocurre en muchas otras partes del planeta-, separa a la comunidad (o al pueblo, o a la plebe, según se prefiera) del sistema legal que lo determina y regula.

¿Pero no es propiamente en este abismo que se funda, por definición, este sistema? Se trata de lo que el filósofo francés Jean-François Lyotard definió, en el libro homónimo (1983), como un Diferendo: una situación en la que dos partes en conflicto no son capaces de entenderse, y por ende de llegar a algún tipo de acuerdo, pues para una de ellas la otra parte se le aparece como no declarando sus posiciones desde un lenguaje correctamente articulado, cuyo significado por ende no es asegurado y se reduce a algo así como un conjunto de balbuceos, de gritos, o lisa y llanamente al silencio.

La parte que no reconoce a la otra, y que cierra el “caso” aludiendo a la incapacidad de la otra de emitir signos con significado reconocible, históricamente se llama Estado, o Justicia (en el sentido técnico de lo que administran los tribunales), o las entidades que le son subsidiarias, policía, gobierno, racionalidad. Pero podríamos agregar: Modernidad.

Fue así como se constituyeron –sobre la base de un diferendo- los estados-nación modernos, primero en Europa (los revolucionarios franceses imponiendo, por medio del control policial, el francés y la lógica estatal al resto de las regiones que hablaban con otras lenguas y vivían según otras lógicas) y después donde se hubiese adoptado el modelo del estado-nación moderno; en Latinoamérica, en Chile por ejemplo, el estado-nación se fundó en la incapacidad (pues toda la incapacidad es suya, no de la otra parte, por este reconocimiento debería empezar todo esfuerzo de “reparación”) de reconocer al lenguaje y a la cultura indígenas (al mapudungún y la religión mapuche, por ejemplo) como interlocutores válidos, con un simbolismo y un pensamiento autónomos y que no debían nada al Leviatán que portaba los valores, las ideologías y los prejuicios modernos. Como un lenguaje articulado, y no un grupo de sonidos, imágenes y movimientos sin sentido. El resultado es conocido, y es el mismo en todos los lugares donde la otra parte (como diría Rancière: la parte de los sin-parte) insiste, por un asunto en última instancia de sobrevivencia, en expresarse según sus lógicas, según sus símbolos y pensamiento autónomos: agresión policíaco-militar (genocidio, en el caso chileno).

Todo esto ha sido reconocido desde hace mucho por los historiadores, en todas las latitudes. Sin embargo, los estados-nación siguen manteniendo el esquema del Diferendo, pues lo contrario implicaría reconocer que su lógica (los tribunales, la policía y la administración burocrática) se funda en un error, en una incapacidad de “reconocimiento”; y este error ha costado millones de vidas en la “otra parte”. Es así como frente al asesinato de un joven desarmado por parte de la policía hiper-militarizada, y reconociendo incluso que esta última actuó de manera ilegal, el ministro Chadwick – el jefe de la “seguridad interior”- enarbola el mismo discurso que el Estado chileno del siglo XIX (ese que masacró por miles a los ancestros de Camilo Catrillanca): nosotros (el Estado) hablamos un lenguaje articulado, ellos (los Mapuche) hablan una lengua irreconocible; nosotros buscamos la paz, ellos la violencia, nuestro combate es por la “pacificación”. Pero sabemos que esta pacificación se logra, cuando es el Estado el que la asume –su lógica no le permite otro funcionamiento- por medio de la violencia militar desatada, sin ninguna medida respecto a sus supuestos “oponentes” (lo mismo ocurre, en estos momentos, en la Franja de Gaza). Se trata de la desmesura de la razón, esa que según Goya producía, cuando soñaba, monstruos; Goya, que fue testigo de la violencia desatada por el fundador del Estado moderno, Napoleón.

Tal vez el poeta Raúl Zurita no se equivoca, en el desgarrado grito poético (la poesía también forma parte de una lógica que los tribunales y la policía no comprenden) que escribió para protestar por la muerte del joven Camilo Catrillanca, cuando compara esta violencia policíaco- estatal con la que el mismo Estado chileno realizó sistemáticamente (esta vez, contra los “chilenos” igualmente) durante la dictadura cívico-militar de Pinochet. Esta violencia extrema –la del terrorismo de estado- genera, según Lyotard, testigos: portadores de un discurso que suele no ser reconocido por los estados y las instancias que le son subsidiarias, policías, jueces y administradores, pero que genera –a diferencia de ellas- comunidad, pueblo, plebe. Entonces, Camilo –como tampoco los desaparecidos- no habrá muerto en vano.

(*) Adolfo Vera es Doctor en Filosofía y Profesor.

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