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Cantabria:

Tresviso, El Paraíso de los Quesos Azules

Por A. del Saja- Miembro de FEPET

miércoles 28 de enero de 2015, 03:01h
Tresviso, El Paraíso de los Quesos Azules

Llegar al pueblo cántabro de Tresviso no es fácil. Situado en los Picos de Europa, hay que llegar hasta él en vehículo por la provincia de Asturias, cogiendo un ramal en Arenas de Cabrales, y tras pasar por Sotres, acercarnos a este singular enclave, famoso por la elaboración artesanal de los quesos azules, los conocidos como “picones”, que están incluidos dentro de la Denominación de Origen “Picón Bejes-Tresviso”.

Tresviso, El Paraíso de los Quesos Azules
Tresviso, El Paraíso de los Quesos Azules

Otra de las posibilidades es acceder a Tresviso andando, por una dura y bella ascensión, desde Urdón, en pleno desfiladero de la Hermida, en la carreta que conduce al valle de Liébana.

Nuestra última visita a este singular pueblo fue con los miembros de la Cofradía del Queso de Cantabria, que nos dio la oportunidad de conocer la forma de vida de los pastores y queseros de este enclave , gracias a la “parlada” que nos hizo, en la casa consistorial, Feliciano Campo, uno de los tres hermanos que regentan el único establecimiento de hostelería allí existente.

Se conoce por majada el término que guarda relación con el asentamiento del pastor, con el apriscamiento del rebaño y con una o varias construcciones. Es el espacio en el puerto nucleado cabañas de vivir, dotado de corrales, fresnos, puntos de agua y donde, en su tiempo, el pastor reúne al ganado, ordeña y elabora queso.

Feliciano Campo nos aclara que las majadas se fundan en cualquier lugar. La ideal es la que cumple cuatro condiciones: el disponer de braña para pastar el ganado, contar con agua para beber, una cueva para refugiarse, y leña y madera cerca. En el caso de la formación de los pueblos, en lugar de las cuevas necesita el lugar de tener próximo un terreno para cultivar.

De las tres que hay en Tresviso, Feliciano Campo, hace especial hincapié en la del Redondal de Andra, situada a 1.900 metros de altitud, ya que se trata de la única majada troglodita de los Picos de Europa y aun de la Cornisa Cantábrica. Los habitáculos están conformados aprovechando cuevas, grietas y abrigos naturales, completando con groseras paredes de piedra a canto seco el perímetro de los espacios bajo enormes piedras desprendidas del acantilado.

Para el 29 de junio, San Pedro, patrón de Tresviso, la mayoría de los rebaños estaban ya en las majadas del puerto. A medida que los diferentes rebaños iban subiendo ya los pastores se tenían que quedar a dormir en las majadas, pues había que ordeñar por la mañana y por la tarde y durante el día había que elaborar el queso. No se podía perder tiempo en bajar a dormir al pueblo y a la mañana volver a subir, porque los rebaños no se pueden dejar solos. Hay que ordeñar bien temprano, al amanecer pues con los primeros rayos del sol las cabras salen buscando pastos y hay que ordeñarlas antes de que se escapen.

Después se ordeña a las ovejas, que están guardadas en una “cuerre” hecha con tapia de piedra, pero sin techo, que suele estar pegado a la cabaña vividora.

Las cabañas de la Jazuca, conde Feliciano y su familia pasan el verano, son de dos pisos. Arriba viven los miembros del grupo y abajo se guardan las vacas, normalmente, solo las de leche, ya que a estas se las ponía un poco de hierba para cenar y con el calor de la cabaña daban un poco más de leche. La hierba se subí del pueblo en sacos a lomo de los burros. Los terneros y las vacas secas se queda fuera. Así no consumen hiera ni hacen estiércol en la cabaña.

La subida del ganado a los puertos llevaba implícito la separación familiar en dos grupos de trabajo perfectamente diferenciadas. La parte familiar que se queda en el pueblo la formaban los hombres que se encargaban de segar y recoger la hierba; las mujeres que se ocupaban de los trabajos de la casa y de ayudar a los hombres en las labores de la hierba; y los ancianos que ya no podían trabajar.

La otra parte de la familia que subía al puerto, también la componían tres partes que, básicamente, eran las mujeres que se hacían cargo del gobierno de la cabaña, de hacer la comida, lavar la ropa, ordeñar el ganado, hacer el queso y controlar al ganado y a los niños; y los adolescentes , a partir de los 12 años, que se ocupaban de ordeñar el ganado, controlarlo durante todo el día, acarrear leña y bajar al pueblo a buscar víveres.

Los niños menores, dependiendo de la edad, tenían diferentes cometidos, aparte de jugar. Así los mayores se dedicaban a cuidar a los pequeños en la cuna, de controlar que los corderos y los cabritos no se juntarán a sus madres, para evitar que mamaran la leche, y de que los cerdos no se bañaran en las fuentes para que el agua estuviera siempre limpia.

“Echar las cebillas” es como se conoce en Tresviso el día de subida de los ganados a las majadas. Aquí también hay diferenciación de tareas en función de la edad. Los pastores habituales se encargaban de arrear los animales; otros miembros de la familia de subir todos los utensilios necesarios para la cabaña, como ropas de cama y de vestir, utensilios de cocina, y los de ordeño y elaboración de queso, que lo hacían a lomos de caballería y a hombros de las personas.

Los niños y adolescentes tenían que subir los cerdos y los gatos. Éstos hacían el viaje metidos en un saco con el fin de que no viesen el camino para que no supieran luego volver a casa. El realizar el trayecto con los cerdos era labor complicada, porque tenían que hacerlo andando y para evitar el calor realizarlo en días de niebla. La víspera se les dejaba sin cenar, relata Feliciano Campo, y casi sin darles de desayunar para que, por un lado, estuviera más ligeros, y por otro, para que tuviesen hambre y así durante el viaje siguieran al caldero que se les mostraba como engaño para que caminaran detrás de él.

En las majadas la pitanza era frugal, pues tras el consabido café para el desayuno, los pastores y pastoras llevaban en el zurrón un pedazo de pan, un poco de queso y, cuando lo había, avellanas, nueces o una manzana. El agua “donde la encontrabas”. Por la noche, unas veces leche, otras suero, con pan o borona que subían del pueblo.

Tresviso llegó a tener su mayor población en el año 1.920 con un padrón de 485 habitantes, pero el siglo XX generó una profunda reducción del censo, llegando en el 2.000 a los 60 y hoy a las 18 almas.

A mediados del siglo XIX empezaron a llegar a la zona mineros para trabajar en los yacimientos. En algunos veranos residieron hasta 250 trabajadores en los pozos extractivos, lo que motivo que la convivencia con los pastores, algunas veces, no fuera fácil.

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