Convertido en el dueño de Roma, Augusto decidió terminar la conquista de Hispania. En el año 26 a.C. emprendió una dura campaña en el norte peninsular. Pacificar por fin Hispania, acabar lo que nadie había podido terminar antes durante centurias, aparecía como un objetivo de largo alcance político. La empresa entrañaba, además, un prometedor futuro económico con la explotación de las riquezas auríferas de los astures y de las minas de hierro cántabras en beneficio de la economía imperial, y estas jugosas expectativas alimentaban las ambiciones romanas.
La resonancia de estas guerras sobrepasó a la de gran parte de las emprendidas por el Estado romano a lo largo de su historia. La razón de ello no hay que buscarla en el ámbito estrictamente militar, sino en el alcance político que se le concedió a la conquista del Norte peninsular, única operación dirigida personalmente por el emperador César Augusto
Tras pasar por la Galia, Augusto marchó hacia Tarraco (Tarragona). Allí asumiría los consulados de los dos años siguientes, 26 y 25 a.C., mientras emprendía el final de la conquista peninsular con la conquista de los Astures trasmontanos.
En el año 19 a. C, finalizada la conquista de cántabros y astures, todo el espacio del norte de la cordillera Cantábrica entró bajo el control romano. Los conquistadores elegirán el castro de La Campa Torres, el oppidum Noega de las fuentes textuales, para levantar un gran monumento conmemorativo, quizá un faro, dedicado al emperador Augusto. Este monumento constituye uno de los testimonios más importantes de la llegada de Roma a los finisterres atlánticos hispanos, con un valor simbólico indiscutible.
En 2014 se cumplen dos mil años de la muerte de Augusto. Por este motivo los Museos Arqueológicos de Gijón, en donde se custodian los restos de este legado romano, conmemorarán esta fecha con la organización de una semana de actividades.