Rumbo al Bicentenario Institutano

Una y varias veces me han dicho que soy “rayado” por el Instituto Nacional. Con que gusto recibo ese epíteto; es un agrado, un verdadero honor. “Rayado por una causa”, en un mundo en que cada vez hay menos compromiso por reales “causas”.

“El día del ex – alumno”, es un verdadero oasis en la vorágine del diario vivir.

Ese día, quedan a la sombra de los árboles de La Alameda, todas las investiduras y títulos: ingenieros, abogados, arquitectos, médicos, empresarios, artistas, políticos, deportistas, uniformados, comerciantes, etc. Todo eso queda en la calle; sólo ingresan: “el negro”, “el guatón”, “el chico”, “el mono”, “el pelado”, etc.  Todos unidos en pos de un norte común: agradecer. Lo que hoy somos, es por lo que ayer fuimos; alumnos del más grande colegio nacional.

La noble misión de hacer grande a la Patria, está en nuestros pensamientos diarios. Esa Patria que hace ya casi 200 años, recibió el mejor regalo que un país puede recibir: una cuna académica para formar hombres de bien…

Dejando atrás la puerta de la realidad, ingreso una vez más al mágico mundo institutano. En la medida que avanzo, van apareciendo amigos de ayer, de hoy y de siempre. Es un encuentro fraterno que pareciera renovar las emociones institutanas para un nuevo año. “El día del ex – alumno”, es un reabastecedor de energías.

Pronto comenzó el acto oficial. Ingreso del Estandarte. Himno Nacional. Discursos. Música de la sinfónica institutana. Premiaciones. Himno Institutano. Salida del Estandarte.

Luego vendría un cóctel, el almuerzo, y el show artístico (que tanto convoca a las promociones más jóvenes y faranduleras).

Y en medio de ese inolvidable patio, aparecen los recuerdos, las anécdotas y los debates con altura de miras.

Y como el Instituto Nacional es un barómetro del comportamiento de la sociedad chilena (meses atrás comentábamos 10 amigos; 2 en su primera pareja, 6 en su segunda pareja y 2 en su tercera pareja), bromas aparte; también quedan al desnudo las debilidades y pequeñeces más mitocondriales del ser humano. Que triste me resultó durante la última semana escuchar a compañeros diciendo “yo no voy, porque hay gente con la que no me quiero encontrar”…

Muchos camaradas que han participado en directivas del Centro de ex – alumnos; han salido con amargas experiencias. Justificadas o no, pero es un luto que no deberían vivir. No lo avalo ni lo censuro, simplemente lo lamento. Conozco muchos institutanos que siguieron colaborando con el colegio después de la Graduación, sin embargo en sus ansias de aportar, muchas veces fueron mal interpretados, o tal vez en otras ocasiones cometieron errores… pero fuere como fuere, es triste escuchar la frase “yo no voy ese día al colegio”. Es lamentable, pero es una realidad. Sólo lo menciono en aras de la verdad y de la hermandad institutana.

Pero lejos, el Instituto es más que eso. Es más que atribulados disidentes o incomprendidos. El Instituto Nacional es mística, es pasión.

Esa misma pasión que nos convoca para el próximo año, en el intento de reunir a 5000 ex - alumnos para la conmemoración de los 200 años, y otros 5000 por las cibernéticas redes sociales.

Entonces, a ordenar la casa muchachos  y a limar asperezas. Llegarán asistentes de todas partes: de provincias, de América, de Europa y del mundo entero. Pero nos visitarán también otros inolvidables, los Institutanos del cielo…  

En el Instituto aprendí muchas cosas, pero la más importante pude aprenderla solamente más allá de nuestras eternas aulas: “del Instituto Nacional no se egresa… sólo se deja de ir a clases”, (Mafer).