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OPINIÓN

“Salir del Armario”...

Por Joseph NoName  

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Hasta hace muy poco tiempo, el gesto valiente de “salir del armario” estaba muy bien visto en España  y al rebufo de esa suerte de apertura, numerosos personajes populares entre los que se contaron políticos, presentadores de televisión, artistas y anónimos ciudadanos se atrevieron a reconocer públicamente su condición de gays.

Algunos presentadores de la farándula local y algún concejal de algún ayuntamiento incluso, llegaron a casarse con sus novios en medio de un gran despliegue mediático.

Pero hoy mismo… parece que el negro y multiforme fantasma de la intolerancia cabalga de nuevo y la prensa de hace algunos días nos traía la noticia de la expulsión de una caseta de la feria de Abril en Sevilla, de una pareja de gays que se atrevió a salir a la pista a bailar una sevillana. Hace pocas semanas, una pareja de lesbianas fue agredida verbalmente en un restaurante por unos clientes ubicados en una mesa cercana a la que ocupaban las citadas lesbianas, ante la pasividad de los dueños y camareros del establecimiento. Hace pocos días y en una estación de autobuses de Madrid, otra pareja de lesbianas fue agredida por un grupo de personas que desaprobaron las muestras de cariño entre la pareja momentos antes que una de ellas, abordara un autobús con destino a la costa del sol en ocasión de las vacaciones de semana santa. La semana pasada en Italia, negaron la renovación del permiso de conducir a un solicitante por ser gay, condición patológica –según el razonamiento de la administración-, que le impediría en determinado momento, actuar con la debida propiedad. Es decir, ser maricón impide ser un buen conductor.

Frente a estos hechos de clara involución en el comportamiento ciudadano, me viene a la memoria el revuelo causado hace algunos años, con aquel militar que además de reconocer públicamente su condición de gay, se dio el lujo de aparecer en la portada de una revista dirigida al colectivo homosexual. España, (antigua reserva espiritual de Occidente hasta la muerte de Franco), se vio remecida hasta sus cimientos, con la feroz bofetada que significó que en la portada de una revista dirigida al mundo gay, apareciera la declaración de un miembro del ejército, (institución que se supone reúne sólo a hombres hechos y derechos), admitiendo sin reservas, su calidad de homosexual.

Aclaremos en todo caso, que cuando decimos que España se vio remecida, nos estamos refiriendo a los sectores más ortodoxos y reaccionarios. En efecto, la publicación en primera plana de las confesiones de un militar de alta graduación provocaron un terremoto en los círculos más conservadores de este país, que sin embargo a pie de calle pasaba en aquellos momentos, por ser uno de los más liberales de Europa.

Al hombre medio español, siempre le ha gustado que en el resto del mundo y especialmente en América, se le considere machista, y un poco hombre de las cavernas, calificativos que interpreta, como auténticos símbolos de identidad, para realzar su calidad de macho ibérico.

Estas características que hoy en día en cualquier país y sociedad modernas se consideran más bien descalificadoras, son para el español medio y dentro del folklore nacional, motivos de orgullo aceptados y reconocidos al punto que, tanto el cine como la literatura anteriores a los años 90, reflejan claramente los tintes machistas que de manera perenne estaban presentes en toda la producción cultural (preferentemente cinematográfica) de la época.

Sin embargo, todos los que conocemos mínimamente este país, sabemos que España es la tierra de los contrastes y paradojas, donde coexisten extremos que parecen irreconciliables y que marcan el carácter hispano. Veamos por ejemplo que situaciones, aparentemente dispares ponen de relieve lo más arriba dicho: Dentro del folklore nacional, resalta como uno de los aspectos más varoniles, machos y representativos de toda la fiereza del homo ibericus, el mundo del toro y como paradigma de todo esto, el torero.

Sin ánimo de ofender, creo que hay pocas cosas tan amariconadas como el traje de torero: apretadito, brillante, lustroso, con finas medias color rosa que hacen lucir cualquier pantorrilla macha, de lo más delicada y femenina, siguiendo con los zapatitos, remedo de la zapatilla más graciosa, de bailarina de ballet y, ¿qué me dicen de la camisita de fino hilo, con primorosos bordados rematados por una delgada corbatita, que recuerda el lacito que adornaba el vestido de la fallecida Elizabeth Taylor en la película Mujercitas?

Al único torero que he visto le caía bien el traje, era a Cristina Sánchez, porque con todo respeto, le realzaba el trasero que era una barbaridad y de paso este torero(a), rellenaba de lo más bien, la coqueta chaquetilla que completa el delicado traje de luces.

No quiero decir con esto que los toreros, sólo por el hecho de vestirse de luces sientan impulsos gay, pero cualquiera que haya visto en películas o televisión, la parafernalia que se monta cuando un torero se viste, llega a la conclusión que desde luego, ni una folklórica se da tanta maña.

El hábito no hace al monje, y por ello, aunque el traje de torero sea afeminado y más propio de una “Drag Queen”, representa en el carácter y acervo cultural hispánico, todos los valores de fuerza, valentía y arrojo, que se supone tiene el hombre ibérico y en la práctica, lo que va dentro del traje no tiene por qué ser afeminado, o gay aunque seguramente de haberlos, haylos.

Como contrapartida, se supone que no hay nada más varonil, bizarro, recio y fuerte, que un uniforme militar (según la creencia popular), ya que desde siempre se han asociado a el, una serie de valores que supuestamente van con el traje de guerrero tales como heroísmo, arrojo, fiereza y muchas otras cosas más que hacen de un militar, todo un compendio de los valores que desde épocas primitivas, se han supuesto unidas per se, a la calidad de varón y si es de pelo en pecho, mejor todavía.

Pero, pregúntese Ud. amigo(a) lector(a), que hombre de verdad (dicho esto también, de manera tópica) se pondría sin ruborizarse, toda esa montaña de chatarra (medallas), penachos de plumas multicolores, fajas doradas, azules, rojas, dorados correones trenzados, gorras cuajadas de perlas y ribetes, sables relucientes con empuñaduras brillantes, botas lustrosas y espolines que cantan al caminar?. Creo que hace falta asumir ingentes dosis de rabioso narcisismo para recrearse con la colocación de todo ese atuendo de opereta a que son tan aficionados los militares. Y, un dato a tener en cuenta: curiosamente, en la iconografía homosexual, los uniformes militares con reminiscencias nazis forman parte importante del sector duro (hard core) del porno gay.

En este entorno y sobre todo, con la exacerbación llevada al límite de todas las hazañas militares realizadas por otros hombres, no es de extrañar que se produzca una fuerte corriente de admiración, -más allá de la que sentiría cualquier contable por su jefe de departamento-, entre los militares de abajo hacia arriba. Por otra parte, el lenguaje habitual de los militares está plagado de palabras de admiración hacia otros hombres y la ciega obediencia hacia el superior posiblemente, terminan por condicionar la relación hombre-hombre que se maneja en los cuarteles. (¿¿¿???)

En el mundo militar más tradicional y ortodoxo, la mujer no representa nada más que la figura doméstica y en último caso un adorno, adaptado a los requerimientos que la rígida estructura militar impone.

La sociedad española en general no ha conseguido aceptar todavía de manera normal, pese a los más de 30 años de vida en democracia y libertad, que la homosexualidad ha existido siempre y que no es razón ni motivo, para discriminar a nadie y por ello, en las capas más conservadoras de esta misma sociedad persisten de manera muy arraigada, ciertas ideas y una de ellas es que “entre los militares, no puede (o no debe) haber maricones”.

Los militares, paradigma de todos los valores de hombría, valentía y todos esos adjetivos a que los propios militares y los exegetas de los mismos son tan aficionados, quedaron hechos trizas en aquella ocasión, cuando un teniente coronel del ejército de tierra, admitió, en una entrevista para una revista gay, ser homosexual y no querer por más tiempo, seguir ocultando esa condición.

Afortunadamente para este militar en aquella época vivíamos (y vivimos) en una democracia, en un estado de derecho y había (y hay) desde todos los frentes, celosos observadores que velan por el mantenimiento de este estado de libertad. Por este motivo, sus declaraciones provocaron un cisma sólo al interior de la cúpula superior del ejército y en los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad española y, seguramente, en algún que otro grupúsculo de pensadores tardofranquistas que se habrán echado las manos a la cabeza señalando que, “con Franco, no pasaban estas cosas”.

Las declaraciones de este militar de alta graduación no dejaron indiferente a nadie. Lo primero que se discutió (en círculos allegados al mundo castrense) era si resultaba propio señalar a este militar como de alta graduación ya que algunos pensaban, que ésta debía entenderse de coronel hacia arriba. ¿Tendría alguna importancia, para la trascendencia del hecho de declararse gay ser de alta o baja graduación? Personalmente creo que no. Lo que sí importaba es que una persona, independientemente de su condición y creo, de manera completamente responsable, decidió dar la cara y salir del armario. Eso es lo que de verdad, debe tomarse en cuenta sobre todo ahora que parece que un oscuro tufillo de intolerancia vuelve a galopar por estas tierras ibéricas.

 

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