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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Una tarde en mi casa

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

sábado 31 de marzo de 2018, 02:04h

30MAR18 – MADRID.- Es el fin del mes de marzo. La tarde es ventosa. El cielo azul se torna gris. Llevaba dos años sin caer una sola gota y las últimas cuatro semanas no ha dejado de llover. La voz de Raphael llega hasta mí a través de los baffles. una voz inefable, inconfundible que trae a mi memoria recuerdos ya lejanos de épocas pasadas, de los escenarios, de la luz umbría del comedor de la casa de mis padres, cuando escribía de forma inspirada y apasionada lo que llevaba dentro, producto del conflicto que tenemos todos los artistas y que es el origen de cuanto decimos y cuanto hacemos.

Una tarde en mi casa

El viento sopla a rachas renovadas y cíclicas y veo como la papelera caída en el suelo de la terraza tiembla, vibra e incluso se desplaza algunos metros. Es el viento planetario que conozco desde niño, que recuerdo, y que arrecia cuando la vieja patria del viejo planeta se dispone a pasar del invierno al verano que es como decir del frío intenso al calor sofocante, en una primavera generalmente corta en este altiplano cercano a la sierra que es la capital mi pueblo y de Castilla la Nueva, tiempo manchego de monasterios y molinos de viento, de Sara Montiel y de Pedro Almodóvar.

La luz del cielo es gris. Las tejas, las terrazas, las casas de la Duquesa de Alba, mi vecina.

La voz de Raphael sigue y sigue “…que tengo el corazón en carne viva / que yo no sé olvidar, como ella olvida / que nada me interesa, sin ella, sin ella…”.

Mi recuerdo de la esposa del odiado y añorado dictador con su abrigo de astracán y sus collares de perlas, en su palco del Palacio de la Música en la Gran Vía de Celia Gámez, escuchando embelesada como canta aquel joven chicuelo de nombre Rapahel, con música de Manuel Alejandro y de Perales, en un pueblo mezcla de razas y de sangres, trabajador, sacrificado demasiadas veces y siempre genial. Admirado de Gerald Brenan, de Orson Welles, de Ernesto Hemingway y de John Lennon. El de Manolete y Dominguín, de Isaac Albeniz y Manuel de Falla, el de Unamuno y Millán Astray.

Un pedazo de tierra en el espacio, entre el Mediterráneo de Serrat y el Cantábrico de Guridi, tierra de contrastes, de santos como Ignacio y como Josemaría, tan diferentes, tan distintos; de jugadores como Zarra, como Gaínza o Butragueño.

La tarde del final del mes de Marzo va pasando, tarde ventosa como dice el refrán de esta tierra amante de los refranes, y veo como la papelera vuelve a temblar en la terraza y me siento tranquilo escuchando los acordes del piano de Richard Clayderman en este mi pequeño Manhattan, título y texto publicado por mi añorado, recordado y querido J.A. Sentís. Porque siempre se van los mejores.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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