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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

La gran nevada

miércoles 07 de febrero de 2018, 01:07h
La gran nevada

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

07FEB18 – MADRID.- Ayer nevó sobre Madrid y las jóvenes dependientas de “Carrefour” donde compro las cosas, están como locas de alegría, algunas son extranjeras pero otras españolas.

El año 1950 cayó sobre Madrid una nevada monumental, la altura de la misma fue de medio metro y con el frío reinante se acabó congelando, duró cerca de un mes y los porteros de las casas abrían el camino con palas y las viejas patinaban sobre el hielo y caían y rodaban como peonzas y se daban unos trastazos tremendos. Pepe Wangüemert, mi traumatólogo de tantos años hubiese hecho su agosto.

Ese mismo año estalló la guerra de Corea, el Papa Pio XII lo declaró Año Santo, y en la capital se hizo sentir un terremoto de campeonato. Nuestro ático de la calle de Hilarión Eslava 14, frente a la Plaza de la Moncloa vibró y se inclinó como una barca en alta mar, pero a mí me daba siempre la risa pues era un niño muy feliz. Había valores, no sé si sabéis lo que es eso, la gente sabía lo que tenía que hacer en cada momento y distinguían claramente entre el bien y el mal, cosa que en el cine se veía con claridad meridiana.

En la calles, en invierno, había castañeras y unas señoras gruesas todas vestidas de negro y venidas de los pueblos vendían en las esquinas pavos y pavas, que cloqueaban y se movían majestuosas ante los viandantes que poseían muy pocas cosas , pero eso sí, una gran ilusión.

Yo había salido de una grave enfermedad y mi padre lo celebró dando una fiesta mayúscula en el Restaurante “La Pérgola”, en la Cuesta de las Perdices. Tuvo que fletar dos o tres autobuses para llevar a los invitados, pues nadie tenía coche, y fueron todos mis amigos y sus padres y sus primos y después de la gran merendola tuve que apagar las siete velas de una tarta monumental de un solo soplido (eso dicen), y tuve que salir a saludar la primera vez en mi vida ante los doscientos invitados sentados alrededor en una mesa enorme en forma de U. Los amigos de entonces, que aún me quedan, dicen que allí ensayé mis futuros saludos en los teatros de la Red Nacional y para ser la vez primera dicen que lo hice muy bien. Se repartieron juguetes entre todos los niños y acto seguido unos payasos y un prestidigitador, acompañado de una dama hermosísima, hizo juegos malabares y cosas aún más difíciles.

La casa se llenó de juguetes, “la leonera”, como así llamaban a la habitación de jugar estaba a rebosar. El cielo era entonces muy estrellado por la noche y no teníamos ni idea de lo que era la contaminación. Rodeado de cariño, de un cariño excepcional, fui creciendo y me fui enterando pero muy lentamente de lo que era la vida, en realidad no tuve conciencia de que habría de morir hasta los 32 años, un 23 de marzo de 1975…. pero esa es otra historia y muy triste.

La nevada de ayer que puso tan felices y jubilosas a las jóvenes dependientas de “Carrefour”, cuyos ojos brillan de felicidad, me ha recordado aquella gran nevada del año 1950, nevada del pasado, nevada que nunca olvidaré.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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