En la muerte de Carmen Franco Polo, Duquesa de Franco

Forman parte de la historia de España, de una historia que a mí me ha tocado vivir puesto que nací el 12 de abril de 1943, y durante buena parte de mi vida el Jefe del Estado español fue el General Franco al que también denominaban coloquialmente el Generalísimo Franco. Con frecuencia he ido al El Pardo, lugar de su residencia familiar y también como saben los lectores he visitado el Valle de los Caídos donde reposa su cuerpo en cercanía con el de otro hombre ejemplar, José Antonio Primo de Rivera.

No voy a cantar aquí las excelencias del que fuera Jefe del Estado durante tantas décadas, tampoco quizá alguno de sus escasos errores, que para mí, un niño entonces y un joven durante tantos años fueron inapreciables, gozando España sin embargo de una paz increíble y de un creciente bienestar que los que hemos sido testigos de aquella época nunca podremos olvidar.

La ilusión y el empuje colosal de un pueblo que luchó sin fisuras por construir una nación floreciente y unida, ejemplo indudable para muchos pueblos de Europa y América, envidia de otros muchos países y con un dictador que más bien era un padre o un abuelo protector, allá en el Palacio de El Pardo, de costumbres austeras, porte militar y amor indudable e indestructible a España, cosa que nadie duda y yo menos que nadie; han podido dar fruto a ésta España moderna regida en estos momentos por su Majestad el Rey Felipe VI, que en su porte, rectitud y costumbres me recuerda las virtudes ejemplares de aquel otro hombre inolvidable que fue Francisco Franco.

Muchas barbaridades he tenido que escuchar sobre su figura ejemplar más allá de su muerte y nunca olvidaré la última vez que lo vi con vida en una muy breve parada militar con ocasión de su postrer día de su santo precisamente en el Pardo.

Le vía salir también en un Jeep descapotable junto a sus nietas de dar un paseo o de jugar al golf, y de muy niño desde el balcón del Hostal donde vivía mi abuela sus últimos años, pasar en el Rolls Royce negro metalizado en aquellos desfiles por la Gran Vía madrileña detrás de su Guardia Mora a caballo.

Pude verle así mismo como un joven ciudadano más junto a Evita Duarte de Perón y al lado del General Eisenhower en la visita histórica que éste hizo a España.

Fue una enorme época de paz necesaria, de tranquilidad y de progreso sostenido, donde más que otra cosa aquel padre o abuelo regía los destinos de España con guante de terciopelo, y por supuesto sin los sobresaltos que la moderna democracia de las Comunidades Autónomas nos han ocasionado a todos los españoles tan recientemente, para que otro gallego ilustre evitara “in extremis” que buena parte del territorio nacional cayera por el precipicio de la nada.

Pues bien. La muerte de Carmencita, de aquella niña educada en privado y casada posteriormente con el Marqués de Villaverde, famoso cardiólogo y cirujano autor entre otras cosas del primer trasplante cardiaco en España, aquella niña que aparecía fotografiada en la prensa nacional o en el “Nodo” entre su padre grueso y sonriente y su madre siempre esbelta, distinguida y con aquellos collares de perlas, trae a mi memoria con la fuerza tremenda de los recuerdos de gran parte de mi propia vida, la vida también de los españoles y de una época muy larga y extensa donde se hablaba muy poco de política y donde todo funcionaba con admirable perfección hoy en día olvidada cuando no escarnecida.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.