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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

El día y la hora

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

martes 05 de diciembre de 2017, 23:31h
El día y la hora

06DIC17 – MADRID.- En varios pasajes del Evangelio Jesús, en parábolas, nos va advirtiendo que no sabemos realmente cuando nos va a acontecer la muerte y que ésta puede llegar de improviso como les ocurrió a aquellas vírgenes que se encontraron sin aceite en sus lamparitas cuando llegó el novio a la ceremonia, y ellas quedaron fuera por no ser diligentes.

Esta parábola en concreto nos ha hecho pensar a muchos de nosotros frecuentemente, lo que ocurre es que la olvidamos y no nos ocurre como a la reina Juana que se volvió loca la noche que contempló el cadáver de su amado Felipe el hermoso.

Bien, no se sabe el día y ni la hora y habría que estar vigilantes, pero cuántas veces hemos dicho a algún amigo o amiga que qué terrible sería si supiésemos ese día y esa hora. Esto es: el día y la hora de nuestra muerte. Y es éste, precisamente, el tema que toca mi obra “EL COMETA AZUL”, que actualmente se representa en un teatro de Madrid en versión y dirección magistral de Paloma Mejía. Ella ha sabido darle un tinte de humor para hacerla más digerible a las juventudes y espectadores en general. Pues en mi obra, cuántos habitantes hay en la tierra y en particular una familia y sus amigos llegan a conocer fatalmente ese día, y no solamente el día sino la hora, el minuto, el instante en que esto ocurrirá.

Como verán lectores es solo ficción, pero lo que ya no lo es tanto es el estudio riguroso que ha hecho la moderna psicología y de paso su hermana mayor la psiquiatría de lo que les viene ocurriendo a los viejos o pre-viejos como yo.

Normalmente la gente mayor vamos mucho a los médicos, a los ambulatorios, en general yo diría porque nos aburrimos bastante y allí, en la sala de espera con el calorcillo, hablamos con los demás pacientes de una y mil cosas y al final con el doctor o la doctora que se va inquietando según vamos prolongando nuestro rollo.

Pero en fin, entrando en el tema se sabe que a determinadas edades buena parte de los dolores y malestares físicos se deben al subconsciente, esa especie de enorme iceberg sumergido en las profundidades del yo, pero capaz de acabar con cualquier “Titanic”.

Muchas dolencias, dolores, malestares y trastornos se deben a enfermedades orgánicas, pero otros tantos y a partir de la entrada en la vejez - como me gusta llamarla, y no la tercera edad como finamente la define nuestra sociedad de consumo -, se deben a la advertencia insonora, invisible pero soterrada del subconsciente que nos está avisando que nos queda poca vida, o más bien poco horizonte vital. Esto con cierta frecuencia nos hace llamar a veces al galeno quejándonos amargamente de tal o cual molestia o terrible dolor, y es entonces cuando el médico de familia o la doctora de urgencias nos mira aviesamente, quizá con una ironía soterrada sujetándose el mentón, y mientras dice eso de “usted no tiene nada” nos hace abrir la boca y nos coloca debajo de la lengua una pastilla mágica llamada “Orfidal” o algo semejante, y a los pocos minutos notamos como el monstruo, el iceberg flotante, el poderoso subconsciente se va retirando y de nuevo volvemos a ser nosotros libres y en la bendita creencia de que aún nos queda mucho por vivir.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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