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Opinión:

V Centenario de la muerte del Cardenal Cisneros

Por Jesús Caraballo

martes 21 de noviembre de 2017, 22:24h

21NOV17 – MADRID.- En estos tiempos de incertidumbre, en el que fuerzas centrífugas cuestionan el ser de España, acaba de cumplirse el Quinto Centenario de la muerte de uno de los personajes más extraordinarios de nuestra Historia y que más contribuyeron al engrandecimiento de nuestra nación: el Cardenal Cisneros.

Una efeméride que como en tantas ocasiones, con algunos de nuestros hijos más ilustres, ha pasado sin pena ni gloria, con el desconocimiento del gran público y, lo que es peor, con la habitual desidia de los gobernantes de turno. Las escasas iniciativas, todas privadas, apenas han paliado ese baldón en nuestra Memoria Histórica. En la colegiata de su localidad natal, Torrelaguna, una exposición; una Misa de difuntos en la Catedral magistral de Alcalá de Henares, y ahora una exposición en la Catedral de Toledo, de la que fue arzobispo, recientemente inaugurada y que estará hasta el próximo 18 de febrero.

Esta última es una ambiciosa muestra, impulsada por el cabildo catedralicio, en la línea de las grandes exposiciones de Las Edades del Hombre. En 1.200 metros cuadrados, se muestran 350 valiosas piezas, entre documentos, pintura, escultura, cerámica, textiles, tapices, cálices, grabados u orfebrería, incluida la famosa Custodia de Arfe, que procesiona todos los años en el Corpus Christi, y que fue encargada por el propio Cisneros durante su época de obispo de esa diócesis.

A través de estos objetos podemos conocer la extraordinaria vida –la pública, ya que de sus primeros años apenas nos han llegado noticias- de un hombre de gran religiosidad y sencillez, que lo fue todo en una encrucijada histórica que requería de personajes de talla como lo fue el Cardenal Cisneros.

En 1492, participando junto a los Reyes Católicos en la toma de Granada y la expulsión definitiva del Islam del solar patrio, la propia Reina Isabel nombra a Francisco Jiménez de Cisneros (Torrelaguna Guadalajara, 1436 – Roa – Burgos, 8 de noviembre de 1517) su confesor. Poco después, en 1495, y también a propuesta de la Reina es nombrado a sus cincuenta años arzobispo de Toledo y Primado de España. Aunque en un principio rehusó, reacio por su sencillez a asumir tan alta dignidad, una vez aceptada se entregó con entusiasmo a una intensa labor reformadora de la Iglesia, antes de que Lutero publicase en Wittenberg sus proposiciones que darían origen a la ruptura de la Iglesia.

Cisneros buscaba, sobre todo, una adecuada formación del clero, que contribuyera a una mejor educación religiosa de los fieles. Esta tarea reformadora tuvo su mejor expresión en dos de sus principales realizaciones, la Universidad de Alcalá de Henares, que pronto revolucionaría el pensamiento europeo, y su obra más querida, la Biblia Políglota Complutense, para la que contó con la colaboración del gramático Antonio de Nebrija, y que habría de contribuir a una mejor comprensión de las Sagradas Escrituras.

Precisamente la erección de la Universidad de Alcalá de Henares le valió uno de los mayores reconocimientos, y como es habitual con nuestros grandes hombres, desde fuera de nuestras fronteras. Comparado a menudo con otros poderosos cardenales europeos de la época, como el francés Richelieu o el inglés Wolsei, sin embargo, no resisten la comparación. Al decir del rey Francisco I “Francia ha necesitado cien reyes para tener la Universidad de la Sorbona, pero a España le ha bastado con Cisneros, para tener la Universidad de Alcalá de Henares”.

Pero además, no resisten la comparación por otros muchos rasgos, y no el menor, su proverbial sencillez.

Pese a los numerosos cargos que desempeñó, huyó siempre del oropel y del mundanal ruido, y sólo se encontraba a gusto desempeñando su vocación religiosa, como franciscano, y si acaso cultivando su inquietud intelectual. Hasta tal punto era humilde en su vida privada, que el mismo Papa hubo de amonestarle y conminarle a usar la vestimenta propia de su condición de Príncipe de la Iglesia, lo cual acató, si bien, vistiendo siempre bajo las sedas cardenalicias, su hábito franciscano.

Pero además, Cisneros, que a sus cargos eclesiásticos sumaba el de tercer Inquisidor General, fue el impulsor de la pre Reforma española al Concilio de Trento y el artífice de la recuperación, hasta ahora, del rito mozárabe.

Y también fue un gran hombre de Estado, que gobernó la Corona de Castilla en dos ocasiones, por incapacidad de Juana la Loca, tras la muerte de Felipe el Hermoso, entre 1506 y 1507, a la espera de Fernando el Católico, y tras la muerte de éste y a la espera de su nieto Carlos I, desempeñó una vez más la Regencia. No llegó a ver al nuevo y bisoño soberano. Cabe preguntarse de qué modo se habría desempeñado el nuevo Rey, acompañado de sus consejeros flamencos e imbuido de un concepto patrimonialista de la Corona, si hubiera podido dejarse aconsejar por un Cardenal Cisneros, que había regido los destinos de una de las naciones fundadoras de Europa y que alumbraba un Nuevo Mundo. Un gran estadista, un pragmático economista, un hábil diplomático y eclesiástico y, sobre todo, un extraordinario hombre de fe.

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