Derechos Humanos en el “guater”

Antaño, pero no tanto, la distribución de las casas parecían haber acogido seres gigantes y prolíferos como grupos familiares. Las familias convivían a gusto, con comodidad. Ni soñar con salir de los hogares para relacionarse con otros. Por ejemplo, las cocinas eran enormes, los baños y dormitorios igualmente y para qué decir, los comedores. Estaban las cosas condicionadas para realizar reuniones entre adultos, adolescentes y niños, con jardines y enormes salas de estar que cobijaban desde los abuelos hasta los nietos, pasando por tíos consanguíneos y políticos por igual. Hoy se extrañan porque los jóvenes salen a socializar a las calles, a las discotecas o como le llamen hoy en día a los lugares donde beben, bailan… y se drogan. Los niños desde sus primeros meses de vida situados frente a juegos computacionales llenos de violencia, quietos, absorbiendo sin notarlo, los nuevos reglamentos sociales de in-convivencia. La misericordia divina ha permitido que –como humanidad- aún estemos caminando y no reptando por olvidar genéticamente como se hace.

Las cocinas de los nuevos hogares de clase media no permiten la inclusión de parejas o hijos. Son como para departamentos de soltero. En mi caso personal, para compartir la cocina con mi marido, debimos sacar la puerta de entrada, las puertecillas de los muebles de arrimo y ya pronto estamos queriendo sacar los muebles completos. Abría las puertas del estante o picaba la cebolla; hacía un bizcocho o me congelaba la cola con el refrigerador. Esas eran algunas de las disyuntivas iniciales. ¿Cómo compartir en familia de tal manera? ¿Cómo enseñarle a cocinar a los maridos o a los hijos? ¿Cómo nos incluimos? ¿Cómo nos mezclamos como familiares? ¿Cómo y dónde transmitiremos cultura hogareña?

Toda esta reflexión me ha nacido por estar buscando cómo hacer crecer el baño de visitas para que éstas no se vean obligadas a limpiarse con la cortina de baño. Me impresionó que en la modernidad no se hayan implementado nuevas medidas y siga siendo inhumano realizar tareas tan básicas como cagar y lo que sigue. Con una talla promedio, aún se puede aletear un poco, es decir, mover los brazos, pero sin duda el diseño lo han hecho midiendo personas inactivas en la mencionada función. No hay espacio para codos ni para limpiezas, el abastecedor de papel lo ponen a la altura y a centímetros de las costillas, que es adonde llega el rollo. ¿Cómo maniobrar? En la quietud de las fotografías se ve lindo y además que todo parece más fácil en verano, pero en invierno y con las ropas gruesas no hay caso. ¿Y la gente mayor? ¿Y la gente gorda? ¿Y la gente con capacidades diferentes? ¿Qué carajos hace? Además, si te ha tocado estar con la fecha menstrual y desear asearte… el lavamanos de alguna manera antojadiza, burlona e inexplicable, pareciera estar a kilómetros del WC dentro de este insólito par de metros cuadrados. Pero si lo encontrases cercano, tras una simple plática rompehielos, reconoces vergonzosamente que realmente es un lavamanos y no un lava culos. ¿Cómo quieren evitar que la gente sea cada vez más bestia?

(*) Primavera Silva Monge es una escritora chilena, traductora de japonés, ex alumna del prestigioso Instituto Nacional de Santiago de Chile, artesana y socióloga por afición. Sus escritos los redacta referidos principalmente a los temas cotidianos imprimiéndoles una dosis de frescura y cercanía que hacen muy fácil su lectura y comprensión. Su género literario favorito es la novela y el relato o cuento corto.

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