"La Herencia", nuevo libro de Alfredo Villaverde

Dice en uno de sus poemas que la palabra "es pan tierno que se desmiga entre cepas y olivos/ para que el fruto venga y el cielo no se oponga". Sucede que nos hemos acostumbrado a hablar con la ayuda de conceptos, de retóricas que nos alejan de lo fundamental que deseábamos expresar. Alfredo Villaverde está seguro de que a través del lenguaje llegamos a las ideas, de que las palabras son el cuerpo de los pensamientos y de la belleza, de la vida en definitiva.

La Herencia es un libro que nos atrae desde la primera a la última página; poemas de arte mayor, libres del encorsetamiento de la rima, aunque, a veces, intercala sonetos de impecable realización, todo ello dividido en cuatro partes: Paisanajes, Miradas y sentires, Devocionario y Territorio inexplorado. Decía Séneca que "no hay viento bueno para quien no sabe dónde va", que todo proyecto literario debe estar sustentado en un pleno conocimiento de lo que va a decirse, y Alfredo Villaverde escribe desde la experiencia, desde el dominio del lenguaje, dando siempre con el nombre exacto de las cosas; y cuando se trata de la poesía el nombre exacto debe venir envuelto en el sentido metafórico y en las apoyatura de la imaginación: "Cuando las piedras hablan se aviva la memoria", o este otro ejemplo: "Al fin descubrieron juntos la hondura del amor,/ su sanación, su gloria y su consuelo".

En Herencia --se dice en una de las páginas del libro-- "el autor alumbra una mirada poética sobre nuestra condición humana con el medio que nos rodea y ese legado de costumbres, tradiciones y formas de vida que forman parte de nosotros mismos al venirnos dadas desde nuestros ancestros". O sea que el autor navega sobre una realidad revestida de la gracia y la trascendencia del conocimiento y la imaginación. Asistimos al deslumbramiento de los paisajes de La Mancha creada y ennoblecida por Miguel de Cervantes, que es la que verdaderamente se conoce y admira en el mundo , pues La Mancha anterior al Quijote careció de la trascendencia que a partir del libro cervantino ha llegado a tener. Aunque Alfredo Villaverde no olvida otros paisajes, monumentos e historias realmente apasionantes.

Quevedo en la Torre de Juan Abab, Garcilaso en su tumba de San Padro Martír en Toledo, El Greco en la inmensidad de su pintura, Antonio Buero Vallejo --año de su centenario-- recuperador de la pasión teatral en tiempos de censura y decadencia, don Álvaro de Luna en Cañate... La poesía y la historia, la pasión por todo aquello que engrandeció no sólo a la cultura española sino a la propia cultura universal. Todo ello, repito, expresado con un lenguaje apropiado, es decir, sin abandonar en momento alguno la palabra que todo verdadero poeta debe considerar parte fundamental de su obra.. Cuando se refiere a El Greco nos aprieta el corazón con este verso inicial de una serie de sonetos: ¿De dónde este color, esta hermosura?... O sus impresiones de Sigüenza, tan entrañablemente amada por el poeta: "Habla para mí, ciudad crecida en el gozar de los que dudan,/ de los que funden ritos y creencias en un solo saber".

Aunque puede que sea en la última parte del libro, definida por el autor como Territorio inexplorado, donde asistimos al más alto voltaje de su poesía. Sobre todo cuando evoca al que fue su primer maestro, quien le enseñó "que la palabra puede ser sagrada o profana, limpia o sucia, tercia o escurridiza, cándida/ o astuta, cruel o inocente, pero nunca vana". Reflexiones poéticas de un autor de larga trayectoria literaria, con muchos premios importantes y un considerable número de libros publicados. Recordemos el que resultó ganador de Premio Mundial de Poesía Mística, el otorgado por la Universidad de Colorado (USA), el Alfonso VIII y el Río Ungría, entre otros. También ha sido creador de tertulias como la del Grupo Enjambre, en Guadalajara, y actualmente es presidente de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha.