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Cuento: “Historias Urbanas”... (V)

La Montaña...

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:27h

Apolodoro estaba preocupado por ese dolor constante que tenía en su espalda; le estaba molestando al punto que le impedía dormir alguna noche y pese a no saber exactamente a que se debía, una sensación interior le convenció que aquello era más complicado que una simple dolencia. La inminencia que algo extraño estaba al caer le intranquilizaba y no le permitía el descanso.

Muchas noches no conseguía conciliar el sueño y para su decepción, llevaba también varias sin soñar con aquella montaña enorme que en ocasiones entreveía en su semivigilia. Una montaña enorme y tan alta que parecía tocar el cielo, aparecía constantemente en sus visiones oníricas. Era la más grande y hermosa montaña que sin dudarlo había visto en toda su vida.

Recordó la última visión: Había sido un sueño feliz y durante el fugaz instante que duró se sintió plenamente dichoso y al despertarse aquella mañana, pensó en lo hermoso que sería alcanzar la cima de aquella montaña y desde allí a salvo de todo, contemplar la vida cotidiana, chata y gris que llevaba tan duramente a cuestas.

La voz de su madre chillona y destemplada como siempre, le sacó de sus cavilaciones y cayó en la cuenta que era tiempo de levantarse para ir a trabajar.

Masculló una maldición; no le gustaba ese trabajo (bueno, ese ni ningún otro...) de modo que muy a su pesar se resignó a salir de su cama con la idea de aquella montaña rondándole por la cabeza.

Algún tiempo después y mientras veía pasar las horas hasta la salida de sus labores pensó otra vez en la fantástica visión de aquella enorme mole:

-¡Qué hermosa es! -suspiró- ¡Qué grande se veía!... ¿Dónde estaría aquel lugar? Una voz áspera (de su jefe esta vez) le trajo de nuevo a la realidad. ¡Qué remedio! Dejaría sus sueños para otra ocasión...

Esa noche, con la molestia de su espalda aumentando por momentos, intentó dormir sin conseguirlo por dos o tres veces y mientras las ideas daban vueltas atropelladamente por su cabeza consiguió al fin hacia el filo del amanecer, cerrar los ojos y dormir y casi al instante su rostro adquirió una expresión de felicidad: Volvía a soñar con aquel enorme espacio que se abría ante él y con la hermosa montaña de suaves laderas donde crecían feraces, enormes bosques y la hierba se mecía agitada por el viento.

Al despertar, se sintió fresco y relajado y lo único que empañaba su agradable sensación era la molestia en su espalda. Al mirarse en el espejo del baño no pudo contener un grito de miedo y sorpresa: las protuberancias que venía observando habían aumentado tanto de tamaño que eran ya dos enormes bultos bajo sus hombros. La piel estaba tirante, casi transparente, a punto de romperse y a través de ella podía ver grotescamente dobladas, unas formas que se le antojaron alas apenas emplumadas. Una terrible sensación de asco y repugnancia le atenazó las tripas y su boca se llenó de un líquido espeso y amargo. Tuvo que precipitarse al excusado ahogando una arcada descomunal que a punto estuvo de volverle al revés, el estómago.

Un indescriptible terror se apoderó de él y pasando su brazo alrededor del cuello intentó alcanzar aquella protuberancia monstruosa pero no lo consiguió y por contra, el esfuerzo y forcejeo, rasgaron la fina piel que cubría aquellos muñones en forma de alas implumes liberando los apéndices. Al mirarse de nuevo en el espejo con sus ojos agrandados por el miedo vio aquellas extremidades –ahora en libertad- moviéndose torpemente.

Como pudo, y empujando con la mano izquierda su codo derecho alargó su brazo para alcanzar aquella “cosa” que parecía tener vida propia, situada al lado izquierdo de su espalda. Al aprisionarla, comprobó que era muy vigorosa y no sintió ningún dolor. Palpó la suave y flexible piel que cubría aquellas repugnantes extremidades que se agitaban y revolvían como si tuvieran vida propia y los torpes movimientos iniciales se hicieron más coordinados.

Continuó unos minutos más mirándose al espejo –sin dar crédito a sus ojos- viendo como aquellos órganos nuevos se movían libremente. En ese momento fue cuando se dio cuenta que tenía encima (y nunca mejor dicho) un tremendo problema. ¿Cómo haría para explicar aquello? -si pudiera hacerlo- y, lo más preocupante, ¿a quien contárselo?...

Después de pensarlo un rato decidió que lo mejor sería contarlo todo y que cada uno pensara lo que quisiera. Decidió comenzar por su madre pero ésta -y tal como supuso- escarmentada por su sempiterna costumbre de gastarle bromas a todo el mundo, no quiso ni oírlo y prefirió ignorar cuanto le refirió convencida que se trataba de una más de las constantes payasadas a que les tenía acostumbrados en casa.

Apesadumbrado por la falta de interés de su madre se convenció de la inutilidad de intentar siquiera, participar la espantosa mutación que estaba sufriendo a sus amigos y compañeros de trabajo.

Los días fueron pasando y el progreso que observaba en sus alas día a día le reconfortaba y aterrorizaba a la vez. El aspecto pelado y repugnante que tenían al principio había dejado paso a un incipiente plumaje que se advertía sano y vigoroso y mucho antes de lo que esperaba, éste se transformó en un manto espeso y brillante.

Sus alas se hacían más y más fuertes. Y hacía ya mucho que no salía de su habitación. ¿Para que hacerlo? no tenía sentido y ese mismo día al mirarse nuevamente en el espejo supo que ni aún queriéndolo, podría hacerlo. Las largas plumas de sus alas rozaban ya el suelo y al comprimirlas a la espalda abultaban tanto, que le daban un aspecto encorvado y jorobado que desaparecía inmediatamente cuando al erguirse en toda su estatura, adquiría un aspecto saludable y poderoso. Sólo sus ojos, desconcertados y con una intensa desazón, traicionaban su apariencia de pájaro sideral.

Fue entonces cuando decidió que no volvería a salir nunca más de su habitación. Tuvo la certeza de no tener absolutamente nada que hacer ni ofrecer al mundo exterior. Sus alas se fortalecían por momentos y al agitarlas, sentía que la sangre bullía en el interior de su cuerpo con una fuerza extraña y descomunal. Su vigor se multiplicaba al imaginar la idea de remontar el vuelo.

Era la primera vez que un pensamiento así le asaltaba. Hasta ese día no había asumido con naturalidad sus alas pero hoy en cambio -en aquel momento- le parecían tan normales que no imaginaba la razón y el porqué el resto de las personas, no las tenían.

Miró por la ventana y un irrefrenable deseo de batir y agitar sus alas, le invadió. Pensó en subirse a la ventana y arrojarse al vacío. Hizo un ademán de trepar, pero un terrible vuelco en su estómago le nubló la vista y le hizo desistir. Era la primera vez y no sabía como mover las alas. Le aterraba la idea de saltar al vacío desde la décima planta y estrellarse contra el duro pavimento. ¿Tendría tiempo para batir las altas y remontarse? ¿Sería capaz de seguir agitándolas? La idea le fascinaba y repugnaba a la vez. Sentía la boca llena de saliva espesa y amarga.

Desde siempre la idea de la altura le producía una sensación de vértigo que aglutinaba sus intestinos en un solo punto. De pronto pensó que esto no pasaría ¿No tenía alas para volar? ¿No era “casi” un pájaro?... de modo que venciendo la repugnancia de sus intestinos revueltos con la fascinación por volar, decidió que ya era tiempo de lanzarse al vacío en pos del ancho espacio.

En estas cavilaciones estaba cuando del otro lado de la puerta y por enésima vez aquel día, su madre al igual que en días anteriores le pedía que abriera la puerta. Estaba preocupada. Era el decimoséptimo día consecutivo que Apolodoro, su hijo, se negaba a dejarle entrar en su habitación.

La insistencia de su madre le convenció que ahora había llegado el plazo definitivo. Estaba decidido; tenía que emprender el vuelo. Su sangre bullía cada vez con más fuerza latiéndole tanto en las sienes que a ratos creía que su cabeza iba a estallar. En ese momento, unos fuertes golpes en la puerta le evidenciaron que su madre y quienes estuvieran con ella terminarían por derribarla. Era tiempo entonces de saber si aquellas monstruosas aspas emplumadas y crecidas como por encantamiento, servirían para algo.

Dominando el inmenso terror que le agarrotaba el cerebro y músculos, se subió torpemente a la ventana en el momento justo en la puerta de su habitación se abría, reventada por la fuerza de quienes del otro lado la empujaban. El día era espléndido y la suave brisa de mediodía presagiaba una tarde calurosa.

Al poner el pie en el borde y mirar hacia la calle diez plantas más abajo se sintió estremecer y por primera vez pensó que quizás después de todo, no era tan buena idea lanzarse al vacío sin saber todavía como responderían sus alas.

Estaba ya completamente erguido sobre el borde, afirmándose con un brazo a cada lado y con el corazón a punto de salirle por la boca cuando en ese momento la puerta cedió completamente dando paso a su madre junto a otras personas que no acertaban a comprender lo que veían.

La certidumbre del inminente salto al vacío de aquella figura en la ventana, congeló de terror por unos instantes a los que acababan de entrar. Sin pensarlo más y conteniendo un grito de espanto se arrojó al vacío. El viento a una velocidad de vértigo en su caída zumbaba en sus oídos y veía paralizado por el miedo, como el suelo se acercaba irremisiblemente hacia él. En ese momento su cerebro, discurrió una orden y envió el impulso nervioso a sus alas. Inmediatamente esas enormes excrecencias unidas para siempre a su cuerpo se desplegaron frenando su caída, pero aún así continuó cayendo con fuerza incontenible. A sólo unos segundos de estrellarse contra la dura realidad del pavimento en el último instante y haciendo un esfuerzo supremo, tan intenso, que amenazó con hacer estallar sus músculos y tendones, liberó de golpe todas sus fuerzas y completamente unido al impulso vital de agitar aquellas aspas para salvar su vida, remontó el vuelo con un poderoso barrido de aquellas monstruosas extremidades emplumadas. Los cartílagos y carnosidades membranosas de las enormes alas crujieron con el esfuerzo, aumentado por la tremenda resistencia inércica de la caída.

A escasos metros del suelo inició su vuelo en reversa ascendiendo con firmeza y seguridad. Todo su cuerpo acusaba el desmesurado esfuerzo de volar salvando su vida. Un nuevo batir le elevó con fuerza y a punto estuvo de estrellarse con la marquesina de un edificio colindante. Tenía que administrar su fuerza ya que el impulso desordenado que imprimía a sus alas le hacia escorarse de manera peligrosa y podía estrellarse en el estrecho espacio existente entre los edificios. En un instante, pudo ascender o bajar a voluntad.

¡Que hermosa sensación de libertad! La sangre se le agolpaba en las sienes amenazando reventarle la cabeza. Su corazón latía tan fuerte que le hacía sentir una dolorosa sensación de falta de aire. Inspiró una fuerte bocanada que llevó alivio inmediato a sus desfallecientes pulmones. Sudaba a chorros y sentía como sus ojos inundados por el líquido viscoso, le escocían terriblemente. Su boca estaba seca, su garganta ardía pero era libre, libre por primera vez, ¡volaba!, y era dueño absoluto de su cuerpo. Podía sentir el viento golpeándole el rostro y por primera vez en su vida, se sintió dueño de todos sus designios recuperando poco a poco la calma y comprendiendo mejor, la maravillosa sensación de volar.

El chillido de su madre, le volvió a la realidad y mirando hacia la ventana desde donde había saltado momentos antes le pareció distinguir su figura agitando estupefacta, los brazos en un inútil intento de alcanzarle, negándose a creer lo que veía.

Esa fue la última imagen que recordaría de su madre. Instantes después, preso de una furia incontenible agitaba sus alas ascendiendo cada vez más. Ahora, apenas escuchaba los ruidos de la ciudad allá abajo. Lo que ahora sentía era el feroz zumbido del viento en sus oídos y un ansia desmesurada por ascender y ascender, cada vez más.

Supo entonces que su instinto de pájaro (¿?) le llevaría directo a su montaña de ensueño con las verdes praderas y recién entonces, comprendió que su último sueño había sido una premonición. Su mente y espíritu se habían adelantado al momento que ahora mismo estaba viviendo. Llegaría a la montaña donde viviría libre y feliz para siempre en las suaves y verdes laderas que en sus sueños contempló desde lo alto y en un instante, aquel recuerdo se fundió a la realidad convenciéndole que no era ya posible, volver atrás.

Cuando su madre se repuso de la sorpresa y confusión, su hijo (o lo que fuera) era sólo un punto apenas perceptible en la maravillosa claridad de aquel mediodía.

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