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Cuento: “Historias Urbanas”... (IV)

Venganza...

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:26h

Hacía frío esa mañana desapacible. La fina lluvia que caía, complicaba el intenso trasiego de personas que a esa hora cercana al mediodía, se afanaban por ganar tiempo al tiempo. La Gran Vía, a la altura del Metro de Callao era un hervidero de coches, autobuses y transeúntes apresurados por todos lados.

El hombre se ajustó el cuello de su cazadora y encogió sus hombros en un gesto de protegerse contra el frío reinante. Su cara de rasgos duros no reflejaba ninguna emoción. Decidió bajar hacia la zona de Santo Domingo por la calle Preciados. Al doblar la esquina, su corazón dio un respingo al encontrarse de bruces, con quien no hubiera imaginado nunca, que podría toparse de manera casual. Por un instante que pareció eterno, ninguno de los dos dijo nada. Al fin y con una mueca simulando una forzada sonrisa que quería ser franca y espontánea, el hombre rompió la tensa situación diciendo:

-Caramba ¡Qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo!

La respuesta no se hizo esperar y siguió exactamente los mismos derroteros anteriores, y acompañada de un nervioso gesto para agarrarse la coleta de pelo castaño que le caía generosamente por los hombros, la mujer contestó:

-Lo mismo digo: ¡Qué sorpresa!

Ambos cayeron en la cuenta que posiblemente, llevaban años ensayando las palabras que dirían si alguna vez tenían la oportunidad de volver a encontrarse y allí estaban, como cuando dos personas que apenas se conocen y que han tenido una muy superficial relación, se encuentran de repente por esas casualidades que se dan, en un remoto lugar donde cada uno, tendrá sus propias razones para estar allí.

Sin embargo en este caso, la situación era exactamente al revés. Ambos se conocían muy bien, quizás demasiado. Habían compartido juntos un tramo de sus respectivas vidas y hubo una época en que pensaron que sería para siempre y hoy, casi diez años después de la última vez, ahí estaban, en pleno centro de la ciudad y en medio del trasiego incesante de caras desconocidas que les empujaban de un lado a otro, sin saber muy bien que hacer o decir.

-Estamos molestando el tránsito dijo el hombre

-Así parece, contestó nerviosa, la mujer

-¿Tomamos un café ahí enfrente y así conversamos?

-Vale

Cinco minutos después sentados en una mesa del lugar elegido, ninguno de ellos se atrevía a hablar evitando mirarse directamente. Después de pedir los cafés, que venían muy bien en la fría mañana, ella habló primero:

-Estás muy bien, no parece que hayan pasado tantos años...

-¿Cuántos crees que han pasado?...

-Imagino que por lo menos 8 o 9...

-Son diez, exactamente...

-Me alegro de verte y quiero darte una explicación que te debo, desde hace 10 años...

.No importa, aquello ya pasó...

-Sí importa, al menos me importa a mí y quiero sacarme esa espina que llevo dentro. No pude ayudarte en esa ocasión, ni fui yo quien te denunció y tampoco, tuve nunca nada que ver con aquel hombre.

-Entonces, si no tuviste nada que ver con él, ¿Cómo es que acabaste viviendo en su casa e incluso, tuviste un hijo con él?

-Me encontraba muy sola después de tu detención y pasé momentos muy duros. Aquel hombre se portó bien conmigo. Me ayudó para no ir a la cárcel. Lo que pasó fue después de estar contigo.

-Claro, preferiste que me cargaran todo el marrón a mí. Fui yo quien pasó cinco años en la trena y todo por culpa de aquel cabrón...

-Yo no sabía que era un poli infiltrado, ninguno de nosotros lo sabía y tú, que eras su amigo más cercano, también lo ignorabas...

-Me engañó, nos engañó a todos aquel cabrón...

Se produjo un largo silencio y el hombre, sin mirar directamente a los ojos de aquella mujer, que tanto había importado en alguna etapa de su vida, pensó que tenía mucha suerte, ya que no esperaba que todo fuera tan fácil. Ahora podría consumar su venganza, ajustar las cuentas y cerrar por fin, el más amargo capítulo de su vida. Había rumiado su desquite durante los cinco largos años que pasó en la cárcel aguantando la rabia por haber sido tan estúpido y dejarse coger con aquel alijo de droga que a fin de cuentas, ni siquiera era suyo. Su único cometido fue recogerlo en casa de aquel traidor, que durante tanto tiempo se comportó como si fuera un amigo de verdad.

Cuando recogió aquel encargo no sabía que era seguido paso a paso y cuando por fin llegó a aquel lujoso hotel del Paseo de La Castellana para entregarlo a su destinatario, su gesto de estupor al verse rodeado de agentes de la policía era auténtico.

Su amigo el poli, aquel que incluso llevó varias veces a comer a su casa, no hizo nada por defenderlo y esperó tranquilamente a que lo metieran al talego para robarle la mujer.

Por eso, cada noche que pasó en la cárcel, imaginó las mil maneras que tendría para vengarse de aquellos que le habían traicionado. Al poli no podía matarle. Sería una tontería. Al primero que buscarían como sospechoso sería a él pero sabría como hacerle daño, sabría encontrar la manera de asestarle un golpe que le arruinara la vida para siempre. Así de esa manera podría pagarle los cinco años de su vida que la cárcel le robara justo cuando sus planes comenzaban a tomar forma.

A la mujer, tampoco la mataría, eso sería después de todo, hacerle un favor. Bastaría con darle un navajazo en la cara, para borrarle para siempre su belleza, aquella que tanto agrado y dolor le habían causado en los últimos años. Ahora, mientras sorbía lentamente su segundo café, pensaba en los tiempos en que el y la mujer que tenía delante, habían disfrutado y pasado tantos buenos ratos juntos.

-¿Qué fue del padre de tu hijo? Inquirió, preguntando lo que sabía de sobra...

-Lo mataron en una balacera con unos narcos en la Costa del Sol...

-¡Ah! y... ¿Que ha sido de tu vida entonces?

-He estado de un lado a otro, por ahí, nada importante... y tu, ¿A qué te dedicas ahora?...

-Tampoco nada interesante, estoy a la espera de conseguir algún trabajo...

De improviso, el rostro de la mujer adquirió una expresión de ansiedad y al hombre le pareció que en su gesto, en un instante, había retrocedido al tiempo en que ambos, eran felices.

-¿Tienes algo que decirme?, ¿Después de todos estos años? Preguntó la mujer...

Aquel hombre, el mismo que pasó cinco largos años en la cárcel ideando las mil y una formas en que se vengaría de la mujer que le traicionó, y que prefirió salvar su propio pellejo no teniendo escrúpulos en irse con quien le envió a prisión, saboreó cada una de las palabras que dijo aquella mujer y con un gesto descuidado y distraído dijo a su vez:

-Perdona, ¿Qué has dicho?

-Te pregunto, que si después de todos estos años, ¿No tienes nada que decirme?...

El hombre se estiró en su silla y mirándole de manera directa y profunda, acercó su rostro al de ella y con voz serena y calmada le contestó:

-Nada, no tengo nada que decir- y cogiendo del respaldo de la silla su cazadora se la puso al tiempo que decía:

-Bueno, si tengo algo que decir: Por favor paga los cafés... Acto seguido giró sobre sus talones y se dirigió a la salida sin volver la vista atrás.

Al pisar la calle se sintió renovado y con una extraña sensación de tranquilidad en su interior. Había mentido. No era cierto que no tuviera nada que decirle. Había mil cosas para contarle. Por ejemplo, lo guapa que estaba, tal como la había soñado febrilmente, noche a noche en los últimos años, con estrecharla entre sus brazos, besar su hermosa boca hasta desfallecer y hacerle el amor de mil maneras diferentes, como en aquellos tiempos en que ambos creían ser dueños absolutos de sus destinos y juntos podían reír, sin pensar en las cosas serias de la vida...

Sin embargo ahora estaba tranquilo. La fría y despectiva respuesta que dio a la mujer valía más que cualquier otra forma de venganza. Por muchos años que pasaran, aquella por la que tanto soñara, no podría entender nunca que después de tanto tiempo, y de todo lo sucedido, no tuviera nada que decirle. Esa era sin duda, la mejor manera de ajustar las cuentas con su pasado. Hacía frío y había mucha gente pero ahora, en ese momento no importaba, se sentía feliz y contento; más que nunca antes en toda su vida...

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