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Cabezon De La Sal: La sal de la villa llegaba a América y África a finales del siglo XIX
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Cabezon De La Sal: La sal de la villa llegaba a América y África a finales del siglo XIX

Por A. del Saja – Miembro de FEPET

sábado 21 de enero de 2017, 23:50h

22ENE17.- Las Salinas cesaron su actividad en el año 1.979 por diversos motivos de rentabilidad y por los problemas que generaban los hundimientos que afectaban negativamente a varios edificios.

“Los primeros documentos que citan un pozo salino en Cabezón de la Sal corresponden a la Baja Edad Media, pero, las características del yacimiento y la perentoria necesidad que de la sal ha tenido siempre el ser humano, nos permiten pensar en una explotación varias veces milenaria, avalada por indicios documentales”, asegura José López Carrasco, licenciado en Geografía e Historia, que ha investigado la historias salinera de la villa, merced a una beca cofinanciada por la Universidad de Cantabria y el Ayuntamiento cabezonense.

Aunque, en su momento, el Ayuntamiento anunció su deseo de publicar un libro sobre este trabajo de investigación, al final, la publicación no ha visto la luz.

Explotadas desde época inmemorial, las alineas de Cabezón de la Sal han sido, hasta hace más de tres décadas, el elemento más relevante, singular y característico de la historia y economía de la villa. Su explotación fue una actividad decisiva para que la villa se convirtiera en cabeza de su jurisdicción, sede de órganos de administración y el asentamiento principal de la comarca.

Hasta bien avanzado el siglo XVI la Corona se hizo cargo de su propiedad y control, cuyo monopolio se extendió durante más de 300 años. La poderosa Casa de la Vega ostentó la propiedad de los pozos desde 1.341 hasta 1.564, gracias a una concesión Real, para agradecer los servicios prestados en el campo de batalla.

Según el estudio realizado por José López, la explotación directa del yacimiento siguió a cargo bien de arrendatarios o de los propios vecinos, que cocían la salmuera a cambio de una parte de la sal fabricada.

Cuando en 1.564, Felipe II instauró el régimen de monopolio de la sal y se apropió de nuevo de las salinas de Cabezón, únicamente cambió le hecho de que los vecinos dejaron de percibir su parte en especie para ser pagados en moneda.

Si bien, durante todos estos siglos solo existió un pozo salino en la zona de Las Tueras, en el cruce de las carreteras de Cabuérniga y Oviedo, cuya extracción de salmuera se hacía con un rudimentario torno, para posteriormente hervirla en calderas, José López explica aquella explotación de Las Tueras, cuyo nombre conserva el lugar: “la sal se conseguía mediante un antiquísimo sistema de extracción, caracterizado por un torno y dos odres de cuero, desde donde se vertía el agua salada a una tubería de madera que conducía a unas tueras o calderas de hierro, donde se fabricaba la sal a fuego, quemando bajo ellas leña de roble o tojo”.

En 1.871 las salinas pasan a manos privadas, al liberalizar el estado la explotación de la sal. Surgen así hasta seis nuevos pozos y una “explosión de actividad minera”, distribuyéndose el producto no solamente por el territorio nacional, sino que la sal llegaba a América y Africa, por medio de media docena de sociedades mercantiles. La sal se extraía entonces en piedra, con pozos de más de 100 metros de profundidad. El primitivo de Las Tueras apenas tenía 20 metros.

Fue en la década de los años veinte, cuando por diversos motivos, se deja de trabajar en los pozos, quedando solamente el de Tresano, que con un complejo sistema de traslado de la salmuera en tuberías llegaba hasta la fábrica situada en la zona de La Estación. Definitivamente, en 1.979, cesó la actividad, por diversos motivos de rentabilidad económica y protestas vecinales ante los hundimientos que se produjeron en ciertos lugares de la villa.

En julio de 1.989, se derribó la fábrica situada junto a la estación del ferrocarril, así como los estanques.

Hoy en día, la única referencia de la industria tradicional salinera es el derruido castillete de madera de roble y unos barracones en ruinas en Tresano, como “mudos testigos de una industria tradicional secular, una fuente de riqueza e intercambios comerciales, y la que, sin duda, ha sido durante muchos siglos el referente y la señal de identidad más característica de la villa”, señala el investigador José López.

Pese a que la sal de Cabezón de la Sal era de muy alta calidad para el consumo humano, no pudo competir con otras. Concretamente, en 1.900 se vendía en Santander la sal proveniente de San Fernando a 19 pesetas la tonelada, mientras que la de Cabezón costaba casi el doble.

El costo de la producción inevitablemente caro por el precio del carbón, ponía a la sal en desventaja con la de San Fernando o cualquiera que fuera producida por evaporación natural.

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