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Cuento:

El Secreto de la Plaza y la Sayona calva de Turmero

Por María Mas Herrera (*)

viernes 13 de enero de 2017, 01:42h

13ENE17.- Todos los originarios de Turmero, capital del Municipio Santiago Mariño hemos sido testigos, silentes o activos, del misterio que envuelve la plaza principal, anclada justo frente a la añeja y aturquesada Iglesia de la Candelaria. − La gente se pierde −; es el corrillo popular. Así sucede…el pueblo se pierde; originario o forastero. Miles de relatos anegan la cesta de testimonios sobre la magia, mefistofélica o hechicera, del centro del acalorado pueblo. Todos, sin excepción, pueden ser víctimas del sinsentido que rodea sus pasos cuando, a ciertas horas, en ciertos días, la gente cruza por el centro de la plaza y es sólo la desorientación lo que les asedia el aura. Se pierden, extravían, hasta ¿quizás?, se descocan; por los senderos de Hades, dicen los cultos, por los derroteros de Oya, tararean los santeros y hechiceros, por el caos de la Virgen de la Candelaria, murmullan las viejas beatas de la iglesia en Semana Santa.

Cuando el frenesí del oscurantismo toma la mente de sus víctimas que trasiegan por el centro del pueblo, sus pasos siempre llegan certeros al cementerio. ¿Al nuevo o al viejo? Algunos cuentan que la Virgen de la Candelaria se asustó el día que Boves, el realista español, ¡la furia de Dios! Como lo llamaban los patriotas. se sintió despreciado por los curas de la iglesia y los asesinó a todos sin contemplaciones.

La leyenda versa que el general Bolívar y sus centauros patriotas cruzaron el pueblo de Turmero y los pobladores largaron una gran fanfarria por el festín del cruce de los visitantes libertarios. Los curas salieron en tropel al tiempo que sonaron la pesada campana de cobre y un; tin, ton, tin, ton alborozaron los sombreritos que aletearon entre palmas, mientras un corrillo de alpargatas se amontonaron en hilera a lo largo del camino, hasta llegar a la plaza, para saludar al Libertador. Días después del alborozo, Boves, persecutoriamente esperó un recibimiento con idéntico alborozo, pero sólo un desprecio espeso sumergió las calles, el aire y la iglesia del acalorado pueblo de Turmero. Ninguno de los habitantes se asomó a recibirlo, ni un mustio saludo desde las casuchas más lejanas.

La ira de Boves creció como un Samán y ordenó la ejecución de todos los curas, justamente en la plaza principal, como forma y medida de aleccionamiento a los todos los habitantes. Los cuerpos bamboleantes de los hombres con sotana colgaron yertos, goteando una lluvia de sangre y regando la tierra con la comparecencia del asesinato. Fue entonces cuando La Virgen de la Candelaría salió de la iglesia y frente al crimen horripilante se asustó, ¡asustooó, asustooooó!..., aún hoy, el eco de su desazón vaga a través de la polvareda maloliente. Así quedó, por segundos, minutos, horas, años siglos…, en lugares inimaginables del espanto y la perdición. Lugares malditos por el odio y el crimen.

También cuentan que una mujer de Turmero, Mirla Esquival, en luna llena, paseando por la plaza se desorientó y cuando arribó hasta el nuevo cementerio, acurrucado en la Encrucijada, encontró entre tumbas y mogotales, a su marido en manoseando a su bella amante. Fue tanta la indignación y la cólera de la mujer por la traición y la infidelidad, que todo el cabello se le cayó al instante y un escorbuto perenne, hecho de hiel y sangre, anegan su garganta para siempre. Desde ese día, la esposa recorre las calles, con su licra coloreada de poliéster, el carrito de mercado a cuestas, la calvicie desolada, envuelta en tules malolientes y gritos de corneta vieja, arrastrando su dolor, siempre con un gargajeo sangriento, odiando a las demás mujeres, particularmente, aquellas buenas mozas, con cuerpos de sirena y lacias melenas. Dicen que en las tardes, la calva del escorbuto hediondo, se sienta en los bancos de la plaza y deja colar su odio y resentimiento, chismeando y despotricando de las damas bellas. A veces los curas narran que cuando la confiesan se alertan que algo muy malo está tramando, pero ellos saben que la Virgen de la Candelaria la vigila por su perversidad de bruja mala y su hipocresía de buena beata.

En las noches Mirna Esquivel, la vieja del centro, se ciñe en trapos blancos, se amarra un viejo tul en la cabeza recordando el día de su boda y deambula por las calles de la plaza, vociferando y gritando, insultando a todos los habitantes por la traición de su esposo y de su bella amante. Si algún día se topan con la calva del asqueroso escorbuto, es la Sayona de la Plaza de la Turmero. Entonces, crucen la calle con velocidad felina, pues ésta sigue arrastrando su magnánimo resentimiento por el encuentro del cementerio y es capaz de arremeter contra cualquier mujer. Dicen que en luna llena vaga abatida por los lares del odio. A veces, cuando me la tropiezo de frente, siempre busco mi Rosario y lo riego entre mis manos para que Mirna, vuelta un demonio, se aleje de mi vera. ¡Uuuuuuu que miedo! ¿Cuántas veces nos perdimos en Turmero?... ¿Cuántas?...



(*) María Mas Herrera es escritora y profesora universitaria.

Twitter: @MasGuasare

Facebook: Maria Mas Herrera

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