Angel Borge Cevelló, un director de primera

Me dedicaba a viajar, a jugar al tenis y a la espera de que volviera la inspiración o al menos a recuperar las ganas después de aquella paliza de estrenos y publicaciones, parabienes y llamadas telefónicas que solo conducían a la ruina de unos nervios ya de por sí sobrecargados. No sé si fue Paquita, la empresaria del teatro de la EMT o Luis Prendes o Manuel Collado o Mario Antolín, que dirigiera el María Guerrero.

Ángel era un hombre de mediana estatura, moreno, simpático y cordial, solía acompañarle su mujer encantadora y cálida que le daba el complemento a sus aseveraciones. Era el antiguo régimen, un mundo muy ordenado y tranquilo, mis padres vivían y mi hermana Mercedes, y Pepi aquella mujer que tanto influiría en mi vida personal y en mi vocación literaria. Nos reuníamos en cafés y en navidad y los fines de año cenábamos en el Restaurante “El Bulevard”, magnífico restaurador de comida variada y exquisita a cargo de Genaro y situado debajo de la casa de mis padres en la calle de Alberto Aguilera.

Así, cambiando impresiones muchas veces en presencia de mis padres tan cariñosos cercanos y modernos, nos fuimos enterando que Ángel había estudiado arte dramático en la Antigua Escuela de Jesús Franco y Carlos Ballesteros, que había pasado una época en París estudiando dirección de escena y actoral como alumno de Jean Prat y con el método de Jean Renoir. Cursando asimismo estudios en la Comedia del Arte en Roma junto a Vittorio Gassman.

Comenzó a dirigir en España el año 1971 en Grupos de Empresa, Colegios Mayores y dando clases de arte dramático en lugares y en foros siempre dependientes de la Universidad Complutense. Es en esta época cuando Ángel Borge se puso al frente de la compañía del antes mencionado Raúl Frades y también con la Trabalenguas, Paquito de Lucía, y ya en el mundo del cine como actor especialista en producciones y filmes inolvidables como “Salomón y la reina de Saba” o “ El coloso de Rodas”, o con la fabulosa productora de Samuel Bronston en cintas míticas como “55 días en Pekín”, “El Cid” y “La caída del Imperio Romano”.

Entretanto el mundo iba cambiando y nosotros con él, pero nuestra amistad se iba asentando y fortaleciendo, mientras yo me recuperaba y preparaba para saltar a la palestra de nuevo. Ángel Borge era ayudante de casting con Carlos Saura y por otro lado en “Juana la Loca” y “El oro de Moscú”, y como “especialista” en “Un dólar por un muerto” y muchas más hasta el año 2007. También fue Gerente con Pedro Osinaga, Chema Yuste, Nancho Novo y Natalia Millán. En esta segunda época o tercera, ya no sé, yo me había recuperado y comenzamos a movernos primero con mi obra “El Cometa Azul” en la Red de la Comunidad de Madrid, en el Carlos III y en el Centro de la Villa, y a continuación con “El reinado de los Lobos”, Beca Juan March de Creación Literaria, que aún no ha llegado a estrenarse.

Para mi Ángel Borge es un todoterreno en el mundo del teatro. Lo sabe todo. Si estás cerca de él siempre estás aprendiendo cosas. Sabe interpretar cualquier tipo de personaje, es dúctil y maleable, no es de esos actores para un solo papel. Es capaz de diseñar una escenografía, de manejar las luces, de determinar el vestuario apropiado de cada personaje, de manejar el sonido, de montar y desmontar antes y después de cada función, de tramitar y resolver cualquier gestión o problema por difícil que sea, de hacer un casting, una postproducción o de buscar la música apropiada, los actores o el coreógrafo más idóneo. En fin, de dirigir como ha hecho con mi obra “Evelinne y John” a un grupo que sin ser primeras figuras son muy capaces de sacar adelante una obra difícil que antes de dirigir se aprende de memoria y sería capaz de interpretarla mejor que nadie.

Por esto que les cuento en plan de narración para mí Ángel Borge, sin hacer aspavientos y darse pote, además de ser un magnifico amigo es un director de primera, un hombre capaz de sacar partido de cualquier obra medianamente escrita y si está inacabada o incompleta de terminarla de escribir como un buen dialoguista que lo ha sido y lo es. Un hombre de teatro que no ha alcanzado la gran fama, mereciéndola, pero sí el aprecio y el respeto de cuantos formamos esta familia variopinta y hermosa que es el teatro y su mundo, un mundo para la eternidad.