Padre, cuando aún la vida te está rescatando, quiero decirte algunas cosas. Tú me ensañaste mucho y de mucho. A caminar, a correr, a jugar de arquero, a hacer y elevar volantines, a andar en bicicleta, a usar el martillo, el alicate y el serrucho con maestría, a podar árboles y cortar el pasto.
A pintar murallas e instalar vidrios. A usar la honda y disparar la escopeta en tus queridos cerros de Zapallar. A hacer arreglos eléctricos, de gasfitería y de mecánica automotriz. A hacer uso del ingenio o “la cachativa”, al decir tuyo. Me enseñaste a manejar el auto y a respetar la ley. A respetar a las mujeres y ser honesto en mi trabajo. Tantas cosas padre, que incluso un día me dijiste que yo “era médico en mis ratos libres”.
En fin; junto a mi madre, me dieron tanto. Ella me entregó lo que las madres suelen entregar. Creo que mi sensibilidad, la heredé de ella; y mi transversalidad, de ti.
Gracias a los dos por haberme dado la vida, y enseñado a vivirla.
También me ensañaste a no sufrir por la partida de mamá en esos años. Pero ahora; ¿quién me ensañará a no sufrir con la tuya?...