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Cuento: “Historias Urbanas” (XIX)

“El Pájaro Verde”

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:54h

“Hay un pájaro verde puesto en la esquina….

Esperando que pase la golondrina….

Yo no soy golondrina, soy un muñeco…

Que cuando voy a Misa me pongo hueco…. ¡Hueco!”

(Fragmento de una Ronda infantil muy popular entre los niños de Chile en los años 40 y 50)

Hoy vino a verme mi abogado y me ha dicho que lo tengo muy mal. Que mi caso tiene pocas posibilidades de salir bien y lo más probable es que me darán la condena máxima ya que prácticamente, no tengo atenuantes aunque pienso que esa apreciación de mi abogado es equivocada. Todos tenemos atenuantes para las cosas que hacemos y creo que por tratarse de un abogado de oficio y además muy joven, verá las cosas con menos perspectiva que otro profesional con más experiencia. Él se ha dejado impresionar por el revuelo que el hecho levantó y por lo que se dijo en la prensa y es que los periódicos a la hora de dar detalles, siempre insisten en destacar los más escabrosos.

El abogado tiene poco tiempo y en los escasos minutos que han durado las entrevistas con él no he alcanzado a contarle casi nada sólo cosas generales y por ello, me ha pedido que le haga un relato escrito detallado de lo sucedido ya que así podrá estudiar los datos y que en alguna parte encontrará la base de su argumentación para mi defensa aunque –me ha dicho-, la cosa está fea porque tanto el fiscal como el juez que verán mi caso son mujeres y que con la difusión que tienen ahora en los medios de prensa los asuntos de violencia contra las mujeres la verdad, -me ha recalcado-, tengo todo en mi contra y además está mi condición de inmigrante lo cual según mi abogado agrega un elemento negativo porque últimamente todos los casos de violencia contra las mujeres, han sido protagonizados por inmigrantes extranjeros y en especial, por sudamericanos quienes somos –según cree la opinión pública-, los más peligrosos.

También es cierto que es el tiempo y la época en que estamos. De haber ocurrido hace 25 años el caso hubiera tenido menos difusión pero como el tema de la violencia de género como le llama la prensa, se viene difundiendo profusamente desde hace pocos años levanta mucha polvareda. Yo no estoy de acuerdo con esto. Violencia contra las mujeres ha habido siempre: es algo normal y natural aunque en lo personal no comparto en absoluto éstas prácticas. Mi padre le daba de vez en cuando una paliza a mi madre y no pasaba nada incluso, mi madre, lo disculpaba: “p’a eso, es hombre”, solía decir y juro que al escucharla decir esta frase se me encogían las tripas y debía ser verdad lo que decía mi madre puesto que tuvieron 8 hijos aunque si soy sincero, debo reconocer que cuando mi viejo se murió de borracho mi madre pareció suspirar aliviada aún con el tremendo problema que significaba quedarse viuda, sin recursos y con ocho hijos que alimentar. Este dato debería bastar para concluir que en el tema de la violencia doméstica hay mucha parafernalia propagandística y que no es para tanto. Lo de mi caso no fue en absoluto violencia doméstica: Fue pura y simplemente, mala suerte.

No tenía intención de hacerle daño, sólo quería darle un buen susto y un escarmiento pero esta mujer se obstinó. Si me lo hubiera dado –cómo tantas veces le pedí, nada habría ocurrido. En 1980 por ejemplo, a nadie le llamaba demasiado la atención una mujer agredida por su marido, pareja o amante. Sin embargo hoy en día, en los tiempos que corren las cosas son distintas y eso, es una desgracia (y también mala suerte), para mí.

Mi abogado es bastante pesimista sobre mi futuro y lo primero que me dijo fue que por él, habría preferido no tomar mi defensa porque le repugnan mucho los maltratadotes de mujeres pero eso -me creo yo-, es debido a su juventud e inexperiencia. Si conociera tan bien y por tantos años a las mujeres como yo quizás no opinaría lo mismo y por otra parte, lo mío no puede incluirse dentro de la generalidad a que se refiere mi abogado. Es más, odio la violencia física, no la concibo en ninguna circunstancia. Lo mío fue pura fatalidad.

Cuando me dijo que debía preparar mi ánimo para recibir una condena de a lo menos 15 años, yo diría que casi lo hizo con gusto lo cual me hace dudar mucho de la neutralidad personal que se supone debe tener un abogado frente a su defendido.

Por otra parte me ha dicho que como en España ha sido abolida la pena de muerte, no pagaré con el cuello mi falta y éste -menudo es-, es mi abogado defensor y quien se supone tiene el deber moral y profesional de no dejar que la fiscal y la juez se ensañen conmigo por el hecho de ser hombre, inmigrante y por haber tenido la mala suerte de que las cosas fueran más allá de lo que yo quería...

Por otro lado la verdad, la cárcel tampoco me asusta. No es la primera vez que estoy preso. En mis años jóvenes estuve dos veces en la cárcel en Chile. Cumplí una condena de tres años por robo (como ellos lo llamaron) y luego, años más tarde estuve preso por razones políticas pero los meses que pasé recluido por oponerme a la dictadura de Pinochet han sido siempre para mí, un motivo de orgullo.

Ella tendría que haberme entregado aquello cuando se lo pedí por primera vez y no darme largas para no complacerme inventando las razones más inverosímiles para no regalarme lo que –incluso-, le supliqué con tanto empeño. Desde que era un niño cada vez que algo me ha gustado, no he parado hasta conseguirlo sea como sea aunque en ocasiones, este afán no haya sido entendido por los demás que han visto en mis acciones para conseguir mis propósitos una irrefrenable compulsión por poseer lo ajeno. La incomprensión por esa fuerza superior que me domina fue lo que me llevó a la cárcel por algunos años, los peores que he pasado en mi vida.

Aquello fue muy injusto y todos sin excepción, se pusieron en mi contra para causarme ese daño. Pero aquello tampoco era algo nuevo en mi vida. Desde que era pequeño he tenido todo en contra y para quien sea el hermano menor de una familia numerosa será fácil de entender. Fui el benjamín de ocho hermanos y nunca tuve ropa ni zapatos nuevos. Todo lo heredaba de mis hermanos mayores: Gastados y usados, zapatos, pantalones y demás prendas de vestir nunca fueron para mí motivo de felicidad o satisfacción.

Cuando tenía 8 años, solía acompañar a mis hermanas mayores, a jugar con otras chicas del barrio para obreros pobres en que vivíamos, situado en la periferia de Santiago de Chile y recuerdo la ronda que cantaban a coro mientras saltaban a la cuerda:

-“Hay un pájaro verde puesto en la esquina…Esperando que pase la golondrina…”

Esa pegajosa cancioncilla infantil me quedó grabada en la memoria porque me hacía pensar en Nomedia, una de las chicas que jugaban con mis hermanas. Llamó mi atención desde el primer momento por sus largas trenzas que llevaba atadas con una cinta blanca en forma de lazo. Nomedia, tenía dos años más que yo y me parecía la más linda muchacha que yo había visto hasta ese entonces. Durante mucho tiempo, sentí que la amaba en secreto a pesar de que ella, ni siquiera se daba cuenta de mi existencia.

Cuando cumplí 10 años, un día me atreví a hablarle de mis sentimientos por ella y le ofrecí como regalo un prendedor de pelo en forma de pájaro con una larga cola de plumas amarillas y verdes que previamente, había robado a mi hermana mayor.

Nomedia me miró desdeñosamente y riéndose en mi cara al tiempo que me arrojaba el regalo que tan riesgosamente había conseguido para ella, me espetó un insultante:

-“¡Niño!, ¡cuando aprendas a sonarte los mocos, vienes a hablar conmigo!”…

Al tiempo que se alejaba rodeada de otras amigas y con las cuales durante mucho tiempo, se mofaron de mi atrevimiento al declararle mi amor.

Machacado hasta lo indecible en mi amor propio y orgullo de hombre volví a mi casa al tiempo que mi hermana enterada del hecho y del robo de su prendedor de pelo, consiguió que nuestra madre me reprendiera con dureza y muy lejos de comprender mi acto de amor (porque aquel robo a mi hermana fue por amor a Nomedia) me castigó de manera desproporcionada no dejándome salir a la calle después de regresar de la escuela durante dos semanas.

Desde aquella ocasión cada vez que veía en la cabeza de mi hermana aquel prendedor con que sujetaba parte de su oscura melena, no podía dejar de pensar en Nomedia y en su desprecio por mi amor y en la falta de apoyo de mi hermana mayor y mi madre que lejos de entenderme, se burlaron de mi. Tiempo después pensé que quizás mi madre no me apoyó en aquella ocasión porque a su manera era una forma de desquitarse de los atropellos a los cuales la sometía mi padre. Quizás pensaba que ayudando a humillar a un cachorro de hombre evitaría males futuros. Tampoco entendí que aquel prendedor en forma de pájaro no le gustara a Nomedia aunque pensándolo bien era tan reconocible que igual, mi hermana se habría da cuenta del robo y quizás el resultado final hubiera sido peor. Siempre he recordado muy bien aquel objeto, el primero que robé por amor: un pájaro verdoso con tintes amarillos.

En aquel barrio de pobres y a dos calles de mi casa había un boliche maloliente y atiborrado de cuanta mugre se pueda uno imaginar regentado por un italiano vicioso al cual le gustaba manosear a los chicos del barrio. Don Giuseppe, que así se llamaba el desaseado y descuidado viejo italiano, tenía un loro hablador que mantenía en una jaula colgando de una percha detrás del mugriento mostrador de su tienda de pacotilla y en la cual vendía sus chucherías y baratijas para pobres como él y para atraer a la chiquillada del barrio, hacía que el loro a cambio de golosinas, dijera palabrotas y frases obscenas para regocijo de toda la pandilla callejera del vecindario.

Detestaba a don Giuseppe porque además de ser un viejo pervertido, nos vendía las golosinas que le dábamos a su loro hablador y me prometí que un día cualquiera le daría su merecido tanto al viejo como al loro parlanchín y fue así como en una ocasión a punto ya de oscurecer y minutos antes de que se dispusiera a cerrar, pasé por la tienda del viejo con el pretexto de ver al pájaro. Los ojillos viciosos de don Giuseppe se movieron con rapidez invitándome a pasar al cuartucho interior del local.

Una vez dentro, el viejo sin mayor preámbulo dirigió su mano a mi entrepierna al tiempo que acercaba su rostro al mío dándome de lleno con su aliento viscoso y repugnante. De un brusco manotazo me aparté de él al tiempo que cogía una gruesa vara de madera que el viejo usaba para atrancar la puerta cuando cerraba su boliche y sin pensarlo dos veces, le aticé un garrotazo a la cabeza la cual sonó como una caja de madera vacía al romperse.

Don Giuseppe cayó al suelo sin sentido al tiempo que un enorme chichón comenzaba a crecerle en el lado izquierdo de su cabeza pelada. Asustado por lo sucedido ya que aquello había pasado sin pensarlo siquiera porque no tenía la intención de golpearle, me agaché al comprobar que el pervertido viejo comenzaba a moverse al tiempo que se quejaba lastimosamente.

Presa del pánico más absoluto y sintiendo que mi corazón quería salírseme del pecho, sólo atiné a meter la mano en el tarro de las golosinas y atiborrarme los bolsillos de caramelos y masticables antes de salir huyendo.

Cuando me disponía a salir el loro desde su jaula, me gritó: “¡cabrón, hijo de puta”!, con su vocecilla chillona y artificial de tintes metálicos. Aquello fue demasiado y por un instante fugaz recordé en mi memoria aquel día en que Nomedia hirió de manera tan insensible mis sentimientos y una nube oscura y roja me tiñó los ojos y apretando los dientes agarré por el cuello al loro soportando sin dolor el tremendo picotazo que me dio a la altura del pulgar de mi mano derecha que presa de una furia incontrolable, apretó y apretó hasta cuando ya no era necesario.

Un momento después y arrojando sin ningún asomo de culpa el cuerpo inerte del loro con el cuello machacado a un tarro de basura que había al lado de la puerta, salí de aquel apestoso lugar para nunca más volver. Al llegar a casa me fui a mi cama, esperando por momentos que llegaran los carabineros a detenerme para llevarme a la cárcel. Sin embargo nunca ocurrió nada y don Giuseppe tampoco nunca denunció el hecho y para justificar la herida de su cabeza contó que una caja de madera, le había caído encima aplastando también, a su loro. Todos los chicos del barrio excepto yo lamentaron la desaparición de loro que les hacía reír con sus palabrotas y obscenidades aunque para ello tuvieran que permitir que las asquerosas manos de aquel viejo depravado, les hurgara sus partes más íntimas.

Años más tarde cuando fui a la cárcel por primera vez gracias a la mala voluntad de un montón de gente, que no supo apreciar que mi afán por quedarme con algunos objetos no era mala intención sino un impulso primario, que me obligó a quitarle pertenencias a aquel hombre –que por lo demás- tenía de todo en abundancia y eso, no era justo o al menos visto desde nuestro vecindario de pobres en donde escaseaba de todo no lo era pero aún tomando en cuenta esto, la gente que me envió a la cárcel por tres años no lo entendió así y tampoco quiso oír mis razones y fue allí, en la cárcel donde volví a sufrir a causa de otro “pájaro”...

En las cárceles chilenas todos los reclusos saben lo que es el “pájaro verde”. Una bebida que se prepara con alcohol industrial y alguna gaseosa. Los presos que trabajan en las carpinterías de las prisiones son los encargados de robar de a poco y sin que los guardias lo noten pequeñas cantidades del diluyente o aguarrás, usados para disolver barnices y pinturas con el propósito luego, de transformar estos compuestos químicos en el principal ingrediente de un cóctel que en ocasiones, suele ser mortal para quienes lo beben.

Por mi inexperiencia delictual y mi juventud (tenía 24 años entonces) fui asignado al taller de mueblería de la cárcel de Puente Alto, una comuna de viviendas populares situada a las afueras del Gran Santiago. A la semana de estar allí, recibí una orden del capo de la galería donde estaba la celda que compartía con tres reclusos más:

-“Tenís que roar el alcol de quemar y loh barnise”, fue la tajante instrucción enviada por el “choro” principal de mi galería.

Una orden del capo de los presos tiene más fuerza y valor que una dada por el alcaide de manera que ese mismo día robé un poquito y en los días siguientes otro y otro hasta que al cabo de un mes, había suficiente para preparar una buena cantidad de “pájaro verde” que es como se llama, el preparado que se obtiene después de “cortar” con zumo de limón, el disolvente y se amortigua su letal graduación alcohólica industrial, agitándolo un rato. Para comprobar que el alcohol (que adquiere un color verdoso), ha perdido fuerza, se le aplica una cerilla encendida y si no arde, ya puede mezclarse generalmente con una bebida gaseosa y así por la noche, beberlo al interior de las celdas.

La euforia y estado de alteración que produce en quien bebe un sorbo de éste preparado es similar a los efectos de una grandísima borrachera con aguardiente casero capaz de mandar al otro barrio o dejar ciego a quien cometa la imprudencia de beber en exceso un aguardiente destilado de manera artesanal. En las tenebrosas cárceles chilenas de los años 60, servía para soportar las durísimas condiciones y la miserable vida que llevaban los internos.

Aquella noche, por ser primerizo y por haber robado con tanta eficiencia el alcohol industrial fui uno de los primeros “invitados” a beber aquella pócima mortal. Recuerdo la náusea que me provocó el fuerte olor a disolvente que me obligaron a beber y lo siguiente que apareció en mi mente que se quedó en blanco por días, fue la cama de la enfermería y las esposas que sujetaban mis muñecas a aquel camastro metálico donde había pasado –según me dijeron-, una semana debatiéndome entre la vida y la muerte con una intoxicación tan fuerte que el médico de la prisión prefirió dejarme y esperar mi muerte que según aquel matasanos, debía producirse en cuestión de minutos.

Sin embargo, sobreviví a aquella terrible posibilidad con el estómago destrozado y durante meses apenas podía tenerme en pie ya que la extrema debilidad de mi cuerpo al no poder ingerir nada más que una pizca de alimentación diaria, me dejó prácticamente en los huesos y hecho una ruina. De aquello hace ya muchos años y casi se me han borrado los detalles excepto el mal recuerdo del “pájaro verde

Cuando conocí a Chantal, todo iba bien hasta el día aquel en que tuvo la idea de mostrarme con gran orgullo, la reproducción casi perfecta de un gigantesco pájaro tropical de brillantes colores y larga cola que alguien de su familia le había traído unos años antes como regalo a la vuelta de un viaje por el Amazonas.

El pájaro de madera -con seguridad, una guacamaya amazónica- era de cabeza enorme con un gran pico curvo y estaba montado sobre una barra circular y tenía una cuerda que sujeta al techo de la habitación, permitía al pájaro dominar la estancia con el aire juvenil y alegre de sus brillantes colores.

Cuando vi ese pájaro por primera vez me quedé fascinado por la belleza y la armonía de sus formas. La reproducción hecha a escala era tan perfecta que parecía real y desde ese momento, ya no pude quitarlo de mi mente. Lo imaginaba colgando del techo de mi habitación al lado de mi cama moviéndose suavemente. Me hacía a la idea de dormirme mirando su figura y me decía a mi mismo que si lo tuviera conmigo, le pondría en verano, un ventilador eléctrico cerca para que con la corriente de aire se agitara en su cuerda y así poder verlo como si estuviera vivo apenas me despertara por la mañana y poco antes de dormir, por las noches.

Ese pájaro de plumaje azul verdoso y amarillo trajo a mi memoria el recuerdo de Nomedia, el aliento repugnante y las uñas podridas de las manos de don Giuseppe y como no, la experiencia que casi me costó la vida y me arruinó para siempre el estómago en aquella cárcel donde pasé tres largos años simplemente por pensar que si alguien tiene demasiadas cosas, es justo y obligatorio que las comparta aunque para ello haya que quitárselas por la fuerza.

A Chantal le dije en repetidas oportunidades las razones por las cuales quería que me diera ese pájaro de madera verdeazulosoamarillenta que tenía colgando del techo de su cuarto de estar. Le hablé de la humillación sufrida cuando Nomedia me despreció. De cómo mi madre y hermana no tuvieron ningún miramiento por lo que estaba sufriendo a causa de ese mal trago que tuve que beber con apenas 10 años.

De nada sirvió que le relatara la vida que llevé en la cárcel junto a delincuentes que me hubieran rajado por cualquier cosa. Es cierto que el haber robado aquellos barnices para fabricar aquel cóctel de muerte me ayudó a sobrevivir en prisión pero así y todo la cárcel fue una horrible experiencia de degradación de un ser humano a manos de otros seres humanos y algunos de ellos, estaban protegidos por el Estado pero ni eso conmovió la dura cabeza y el entendimiento de ésta mujer.

Nada de lo que le conté convenció a Chantal qué, firme en su decisión de no darme bajo ninguna circunstancia el “pájaro verde” de madera de balsa que le trajeron del Amazonas, sencillamente y como hiciera Nomedia, despreció mi interés y eso, comenzó a machacar mi pensamiento.

Fue entonces cuando comencé a convencerme de manera clara que el espíritu burlón de Nomedia, cobraba vida casi 50 años después para humillarme otra vez y no estaba dispuesto a permitirlo. Ya había tenido demasiados “pájaros” en mi vida: Nomedia, Don Giuseppe, el “pájaro” bebido a la fuerza en la cárcel y ahora, Chantal, negándose a darme ese pájaro que estaba seguro borraría de mi mente todos esos ingratos recuerdos. Chantal no entendía que aquel pájaro de madera era la única llave que me liberaría de mi pesada cadena de malos recuerdos.

Mi último intento para convencerla fue decirle que lo pondría en mi habitación y que ella podría verlo cuantas veces quisiera con sólo venir a pasar la noche conmigo en mi casa. Por desgracia, Chantal no cedió y me dije a mi mismo que ya no había nada más que hacer: me lo llevaría aunque fuera por la fuerza y Chantal en una reacción completamente fuera de lugar, se puso furiosa y descolgando el pájaro de su barra circular lo aprisionó fuertemente con sus manos contra su pecho y fue entonces cuando aquella nube oscura y roja que me nubló la vista en aquel incidente en la tienda de don Giuseppe me acometió de nuevo y ya no supe más.

Lo último que recuerdo reproduciéndose una y otra vez en mi mente, es la imagen del loro de don Giuseppe cuando pataleaba furiosamente agitando desesperado sus alas en los estertores de la muerte mientras mi mano, como una garra apretaba y apretaba hasta cuando –como en aquella ocasión- ya no era necesario.

Yo mismo llamé a la policía y les expliqué todo lo ocurrido con los distintos “pájaros” que han marcado mi vida pero aquellos policías bigotudos, bruscos y de malas maneras no atendieron mis razones y se limitaron a esposarme y llevarme detenido. La primera persona que está dispuesta a escuchar mis motivos, es mi defensor de oficio porque no puedo pagar un abogado de ricos.

Espero que mi letrado pueda comprender los detalles de mi historia y que se de cuenta que todo ha sido una cuestión de mala suerte. Yo no quería hacerle daño a Chantal. Si ella, en lugar de creerme un chiflado me hubiera escuchado y tratado de entender mis razones otra sería la situación pero no fue así. Prefirió burlarse (cómo hizo Nomedia), y no entender mi “enfermizo afán” (así fue como lo llamó), por poseer una figura que era sólo eso: una figura, muy bien conseguida eso sí, pero hecha para venderlas a los turistas por los aborígenes del Amazonas

Ahora que lo veo un poco a la distancia comprendo que lo cierto es que Chantal nunca habría entendido la importancia que han tenido en mi vida, las figuras de pájaros y me viene en éste momento a la cabeza con clara nitidez, aquella Ronda infantil que cantaba Nomedia con mis hermanas y las demás chicas de aquel vecindario de pobres donde viví hace tantos años…

“Hay un pájaro verde puesto en la esquina”…

“Esperando que pase la golondrina”…

“Yo no soy golondrina soy un muñeco”…

“Que cuando voy a misa me pongo hueco…¡¡¡hueco!!!”

Me pregunto si en la celda, me dejarán tener un “pájaro verde” colgando del techo…

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