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Cuento: “Historias Urbanas” (XIV)

Caza Nocturna…

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:47h

Me encontré con Romelio y Nazarino justo en la esquina de Gran Vía con Valverde, al lado de un Sex-Shop. Habíamos quedado de reunirnos esa noche hacia las nueve para comer y tomar algo antes de iniciar nuestra jornada de caza nocturna de todas las semanas. Con tantas guapas mujeres que suelen caminar por el centro de Madrid alguna –pensábamos-, tendría que caer y así mis amigos y yo eternos buscadores de aventuras y vividores de la noche, nos habíamos concertado en ese lugar para iniciar allí un viernes de marcha que hiciera historia en nuestras vidas. Hacía frío y una llovizna tenue comenzaba a poner brillantes las aceras haciendo que las luces de los coches y de los escaparates aumentaran la belleza y el tinte cosmopolita de la Gran Vía en esa noche otoñal que ya había caído sobre Madrid.

-Hace mucho frío hoy, -dijo Nazarino arrebujándose en su abrigo de cuello alto.

-Será mejor que entremos en esa cafetería para tomar algo caliente, -sugirió Romelio encaminándose a un bar que teníamos justo enfrente de nosotros.

Acomodados en una pequeña mesa, ordenamos café y sandwiches de jamón y queso para los tres cuando de improviso, mis ojos se posaron en una estupenda mujer que acababa de entrar y se dirigía resueltamente hacia la maquina de tabaco. En cuanto la vi supe que mi jornada de caza se abría en ese momento y que ella era justamente, la pieza que estaba deseando encontrar.

Sin decir nada hice un gesto a mis dos amigos para que miraran hacia el frente en el momento que aquella hermosa mujer, recogía su paquete de cigarrillos y el cambio que le entregaba la máquina y se disponía a salir. Metí rápidamente la mano al bolsillo, busqué unas monedas y dejándolas en la mesa, dije a mis amigos:

-Supongo que más tarde nos veremos.

-Suerte, -y, ¡No te retrases!, -dijeron al unísono ambos y se abocaron a sus sandwiches y cafés en aquella fría noche.

Tenía que darme prisa; aquella mujer caminaba muy rápidamente por Gran Vía y al llegar a la esquina de Hortaleza dobló por esta calle con paso firme. Al cabo de 10 minutos de caminata, había conseguido situarme a escasos dos metros de ella y cuando se detuvo en el escaparate de una tienda aproveché para ponerme a su lado y examinarla con más detalle:

Su pelo de un rubio oscuro, enmarcaba un rostro hermoso en el cual resaltaban centelleantes dos enormes ojos azules y una boca grande perfectamente delineada con un color rojo fresa. Un largo abrigo de color marrón claro, hacía más esbelta su larga silueta.

-Viste bien y es elegante, -me dije. Será encones más agradable que otros días en que he tenido que conformarme con género de menor calidad.

Cuando reanudó su marcha ella ya se había dado cuenta de mi presencia. 20 pasos más adelante volvió a detenerse en otro escaparate y al ponerme nuevamente a su lado, me dirigió una mirada con la que pareció no verme.

-Hola, -dije, intentando iniciar una conversación.

-Hola, -contestó ella, sin ningún matiz en su voz, y reanudó su marcha.

Unos instantes después me puse a su lado hablándole de cualquier cosa y respondiendo ella apenas, con monosílabos que en términos prácticos no adelantaba nada, en ningún sentido.

Sin embargo y pese a lo poco promisorio que parecía nuestro intercambio de palabras, lo cierto es que resultó más fácil de lo que pensaba y media hora más tarde, nos hallábamos sentados en un discreto y cómodo restaurante cercano a la Plaza de Chueca. Hablamos (o mejor dicho, hablé) de un montón de cosas antes de conseguir sacarle alguna respuesta más larga que las simples afirmaciones o negaciones que hasta ese momento parecían constituir todo su vocabulario. Finalmente, cuando tomábamos el café después de la cena pareció relajarse un poco y fue soltándose si bien nuestra conversación discurrió en generalidades que no me hacían abrigar ninguna esperanza de conseguir algo con aquella preciosa mujer cuyos inmensos ojos azules parecían centellear. En un momento dado y mirándola fijamente, le sugerí que me acompañara por el resto de la noche lo cual después de una pequeña resistencia, (que a mi me pareció fingida), terminó por aceptar.

Hacia las doce de la noche y con el frío apretando cada vez más entrábamos en un discreto hotel cercano a la Plaza de Alonso Martínez y 15 minutos más tarde la besaba apasionadamente sobre la ancha cama de aquel cuarto que con las luces muy tenues, era el sitio ideal para terminar aquella jornada que había comenzado unas horas antes.

Al comienzo se mostró algo fría y poco receptiva pero según fueron pasando los minutos su actitud se transformó por completo y una vez tras otra, fuimos aumentando el goce del amor. Al cabo de un par de horas sin embargo su entusiasmo comenzó a decaer y en cambio yo me encontraba cada vez mejor, con una energía y vigor que me hacían desearla una y otra y otra, vez pero ella mostraba ya signos de evidente cansancio y sus respuestas a mis caricias eran progresivamente más apagadas hasta que de pronto, cayó en un profundo sueño.

Me tendí desnudo y satisfecho, a su lado. La luz que se filtraba por la ventana le daba a nuestros cuerpos unos extraños relieves. Encendí un cigarrillo y con la levísima iluminación que producía la brasa al darle una calada advertí en su rostro, los signos del cansancio y los estragos del amor. Sus bellos ojos azules ahora cerrados parecían aureolados con oscuras mancha de rimmel y sus labios desdibujados y pálidos, habían perdido el color rojo fresa del carmín y el rubor de sus mejillas que había advertido después de la cena, había también, desaparecido.

Luego de un rato faltando poco para el amanecer, me vestí en silencio y sin mirar el bello cuerpo de aquella mujer tendido sobre la cama. No necesitaba hacerlo para saber que estaba muerta y que su cuerpo exangüe, ya no volvería a llamar la atención de nadie más caminando por la Gran Vía.

Acercándome a la ventana, abrí una de las hojas sintiendo en la cara el frío del próximo amanecer. Un instante después, convertido en una sombra oscura y veloz me dirigí a mi sepulcro donde me esperaba mi féretro vacío. A esa hora mis amigos seguramente, ya habrían retornado también, a los suyos.

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