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Cuento: “Historias Urbanas” (IX)

Caridad Alegría...

Por J.I.V.

miércoles 12 de abril de 2017, 01:42h

Caridad Alegría despertó sobresaltada esa mañana y por un momento le pareció que venía saliendo de un mal sueño. La cabeza le daba vueltas y el regusto desagradable en su paladar le recordó la bebida ingerida y los muchos cigarrillos fumados la noche anterior. La habitación en penumbras no le permitía orientarse bien y por un instante no supo realmente donde se encontraba. Confusas imágenes acudían a su cabeza y haciendo un esfuerzo que no le produjo ningún resultado trató de imaginar la hora que sería en ese preciso instante.

Se incorporó a medias y a tientas en la oscuridad reinante en la habitación palpó a su alrededor buscando alguna prenda de ropa. Un leve escalofrío en la espalda le hizo caer en la cuenta que estaba desnuda. Moviendo los brazos a un lado y otro al igual que algas mecidas por la corriente sus manos tropezaron con un bulto que no supo en un primer momento identificar. Sin poder abrir los párpados que le pesaban como gelatina continuó explorando como si de un invidente se tratara y súbitamente y por la información que el tacto enviaba a su embotado cerebro, supo que aquel bulto, era un cuerpo humano.

Su corazón se aceleró y una nueva incursión de sus manos le señaló que el cuerpo que dormía o yacía a su lado también desnudo era (no cabía duda) de una mujer. En su exploración había tropezado con unas cálidas protuberancias que en la oscuridad le indicaron inequívocamente que “aquello” era una mujer. Sin embargo y todavía algo confusa sus dedos continuaron el recorrido hasta dar 50 cms. más abajo con la prueba que buscaba: A su lado tenía un cuerpo de mujer.

Estirando su mano derecha alcanzó la lámpara en la mesilla de noche apretando el botón. La luz pese a la protección que ofrecía la pantalla hirió con un intenso ardor sus ojos y rápidamente, volvió su cara hacia el cuerpo que dándole la espalda, (una vigorosa y ancha espalda) dormía profundamente con el pelo revuelto tapándole buena parte del cuello y la cara. En ese momento reconoció ahogando una exclamación, a su compañera de cama: ¡era su amiga Lucrecia Encarnación!

¿Qué hacía Lucrecia Encarnación la morenaza de los grandes pechos y redondas caderas desnuda y en su cama? O, lo que era peor: ¿qué hacia ella misma desnuda acostada con su amiga Lucrecia Encarnación?

Con esfuerzo y sintiendo que su cuerpo se desarmaba por momentos se dejó caer de la cama y prácticamente, se arrastró hasta el cuarto de baño. Un largo sorbo de agua fresca trajo algún alivio a su reseca garganta aunque al inclinarse para beber directamente del grifo tuvo la sensación de algo moviéndose dentro de su cabeza. Al incorporarse, se vio a sí misma reflejada en el espejo con las señales de la parranda de la noche anterior.

Observó con preocupación que tenía el cuello y parte del pecho bordado de cardenales violáceos y al tocarse sintió los pezones doloridos. Su preocupación aumentó cuando se observó el vientre y contó casi una cuarta por debajo del ombligo cuatro o cinco rosetones rojizos que pronto adquirirían el tono verdeazulado de los que tenía en el pecho y cuello. Con lentitud, acercó sus dedos palpando suavemente la zona salpicada de manchas como claveles hasta que un ligero dolor, le hizo apartar su mano.

Entonces no le cupo duda: algo “grande” había ocurrido la noche anterior pero no recordaba nada. Trató de hacer memoria por encima de su dolor de cabeza pero éste sólido aún, no le dejó pensar con claridad. Sabía que a su casa la noche anterior vino un grupo grande y variado de personas y, -creía recordar- que auque bebieron en abundancia se fueron relativamente temprano y sólo Lucrecia Encarnación insistió en quedarse hasta el final “para ayudarle a recoger y limpiar” según había dicho. Hasta ahí sus registros estaban normales. Luego, una mancha oscura de memoria se abría hasta el momento en que con la cabeza y garganta estragadas se había despertado encontrándose desnuda y compartiendo el lecho con Lucrecia Encarnación.

¿Qué diría ahora a su amiga? O mejor dicho, ¿cual sería la reacción de Lucrecia Encarnación? Desde luego esta amiga suya no era de fiar. Se lavó la cara con agua fría mojándose abundantemente la nuca esperando aliviar algo la gigantesca resaca que convertía su cabeza en un zumbido permanente. Pasó los siguientes cinco minutos sentada sobre la tapa de la taza del water con una toalla mojada sobre su frente y su cabeza, pareció recuperar algo de normalidad dentro de su confusión.

¿Con quién y cómo habría sido la parranda? ¿Con alguno de los hombres que asistieron a la fiesta?... es posible –se dijo-, mientras palpaba sus doloridos pechos. Había más de uno –pensó-, que estaba bastante bien. Talvez en medio de la fiesta alguien sugirió algún exceso o una experiencia algo salvaje y de ahí posiblemente esas marcas que tenía repartidas por el cuello, pecho y vientre.

Esa puede ser –pensó-, la explicación y posiblemente, Lucrecia Encarnación estaría igualmente machacada (como ella) por su respectivo y fogoso oponente de la noche anterior pero no, ¡definitivamente no!, de haber sucedido así lo recordaría y de lo que estaba segura, -aún en su zumbante resaca- es que los invitados se retiraron prácticamente todos a la vez y fue únicamente Lucrecia Encarnación, quien permaneció con ella y entonces la pregunta más inquietante: ¿Porqué ella y Lucrecia Encarnación estaban juntas y desnudas en la misma cama?

La idea de haberse pasado de la raya y haber caído finalmente en las manos de Lucrecia Encarnación le escocía pero inmediatamente la desechó por imposible y pese a que desde hacía mucho su amiga no perdía ocasión para sugerirle la posibilidad de tener juntas una “experiencia única y diferente” Caridad Alegría nunca se la tomó en cuenta porque –entre otras cosas-, tenía plena certeza de que “esos rollos” no iban con ella. Imaginando lo sucedido sintió un ligero escozor interno al pensar en Lucrecia Encarnación besándole acariciándole y poniéndole encima sus grandes pechos. La idea le asqueaba y más, al recordar que cínicamente Lucrecia Encarnación repetía con insistencia, “que sería una nueva sensación para ella y que de seguro, le gustaría”.

“No conozco” –afirmaba Lucrecia Encarnación- “a ninguna mujer que habiendo pasado por una experiencia de este tipo salga defraudada”. “Al menos” –continuaba- “a todas las que he convencido para dar el paso, les ha resultado agradable y he convencido” –agregaba muy ufana- “a varias”.

La posibilidad de haber sido pasto de los lujuriosos apetitos de Lucrecia Encarnación le produjo una especie de vértigo interior que –extrañamente- fue a dar directamente a la porción más íntima de su cuerpo al tiempo que una oleada de rubor subiendo por su espalda le hizo sentir una suave humedad asaltándole las axilas.

A Caridad Alegría y según ella misma lo decía siempre, nunca le habían gustado las mujeres o al menos no en ese plano. Tenía un novio, creía estar enamorada de él y sus relaciones personales e íntimas con los distintos hombres que hasta entonces habían pasado por su vida fueron casi satisfactorias aunque éstas, -solía decirse a modo de disculpa-, dependen en gran medida en acertar con el “contrincante” adecuado.

En el caso de Lucrecia Encarnación ésta era, hasta donde Caridad Alegría creía saber o imaginar, una “tremenda” mujer, una auténtica “guerrera”, con una verdadera vocación para el amor físico y dueña además de una desbordante imaginación que la hacía muy popular entre los hombres y también con un tenaz empeño en la búsqueda de experiencias nuevas y emociones más fuertes aunque en alguna oportunidad había salido muy chasqueada en su afán de dar con nuevas alternativas.

Caridad Alegría se rió para sus adentros al recordar el último patinazo de Lucrecia Encarnación y que fue en ocasión de comprar aquel teléfono móvil que según le dijeron tenía un vibrador incorporado. La muy tonta –recordó Caridad Alegría- se creyó que el teléfono móvil además de servirle para hablar, le podría “ayudar” en algunos de los jueguitos que –según ella- se montaba en su apartamento cuando en alguna ocasión, no tenía con quien salir o se encontraba sola y aburrida. Claro que eso –se dijo Caridad- le pasó por ignorante. A mí, nunca me hubiera ocurrido.

Sin embargo no era ahora el momento para pensar en eso. Tenía algo más importante de que preocuparse y estaba furiosa con Lucrecia Encarnación. Aún con su cabeza negándose porfiadamente a despejarse le parecía que estaba todo claro: Lucrecia Encarnación se había aprovechado de ella. Seguramente la había hecho beber más de la cuenta para así conseguir sus propósitos. Imaginó que luego ambas cansadas y borrachas, se quedaron dormidas. Pero de una cosa estaba segura y era lo que íntimamente le reconfortaba y le hacía sentir menos culpable: Ni siquiera al borde del coma etílico ella se hubiera prestado ni accedido a los requerimientos de Lucrecia Encarnación y mucho menos, meterse en la cama con ella.

Lucrecia Encarnación no era su amiga. Lo que había hecho con ella lo demostraba claramente. ¿Cómo pudo hacerle algo tan monstruoso y que era prácticamente un delito? Lo más seguro es que la hubiera drogado para luego abusar de ella ya que Lucrecia Encarnación sabía de antemano que esa sería la única manera de conseguir algo, es decir viéndola privada de toda su capacidad para reaccionar porque de otra manera Caridad Alegría nunca habría accedido a sus pretensiones.

-Nunca hubiera conseguido nada de mí- volvió a repetirse Caridad Alegría y siguió pensando –mientras aumentaba su furia- en cómo encararía a su licenciosa y abusadora amiga. ¡En menudo lío se ha metido Lucrecia Encarnación! Una denuncia –que sería lo menos que haría en cuanto se recobrara del todo- por ese incalificable abuso podría llevarla incluso, a la cárcel o cuando menos, a arruinar para siempre su reputación y de paso hacerle perder su bien pagado empleo en esa multinacional del Paseo de La Castellana que siempre y cada vez que podía, le refregaba por las narices. A ver que cara pondría su jefe cuando tuviera que despedirla por abusadora y violadora.

Estaba claro que ella no había participado del festín de besos y mordiscos que Lucrecia Encarnación se había dado con ella y por un momento imaginó lascivamente, los “manejos” que Lucrecia Encarnación habría empleado para dejarle esos cardenales en el pecho, cuello y en la zona más baja de su vientre. -Asquerosa-, pensó en el momento preciso en que con el pelo revuelto tapándole casi por completo la cara, la ancha y maciza figura de Lucrecia Encarnación ocupó todo el marco de la puerta del cuarto de baño deslizando un gruñido a modo de saludo.

Caridad Alegría no se movió de su asiento y alzando la vista al espejo, la figura inversa que le devolvió el cristal, le hizo girarse con fuerza sintiendo que la sangre se agolpaba dolorosamente en sus sienes aún no repuestas de la resaca que reblandecía su cerebro. Por un momento tuvo la intención de abalanzarse con furia sobre Lucrecia Encarnación para golpearla pero un instante antes que ello sucediera, se quedó inmóvil con una punzante sensación que derrotó sus propósitos. Sus ojos, agrandados por la sorpresa contemplaron con incredulidad las enormes manchas violáceas que Lucrecia Encarnación tenía repartidas por el cuello, sus enormes pechos y también una cuarta más abajo del ombligo...

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