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Memorias: Así fue y así lo voy a contar

Yo, El Azafato (III) 

Por Quino Moreno

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Yo, El Azafato (III) 
Yo, El Azafato (III) 

De como de la noche a la mañana me vi en la Torre de Control del Aeropuerto de Palma

Estando en el “Patio Andaluz”, recibí dos cartas. Una del último romance con una alemana que pasó sus vacaciones en el hostal, -tuvo la delicadeza de escribirme en inglés y en el poco español que yo le había enseñado-, la verdad que el alemán es un idioma que se me daba bien; eso sí como los indios, de gramática, nada de nada.

Siempre me decían, lo de los artículos (como puede ser en caso de la palabra  biblioteca por poner un ejemplo masculino, el artículo es Der y así un montón de palabras y, -es que hay gente pa’ too- desde luego.

La segunda carta era de Denisse, (la inglesita con quién me carteé durante años) me decía que venía a pasar uno días a Soller con sus padres. Feliz subí al pico para pedir un permiso extra para esos días y hete aquí que cuando iba a solicitarlo (inventándome un rollo claro), me comunicaron que estaba libre (off duty) -como decían los americanos-, una semana porque luego me incorporaría al aeropuerto de Son San Juan de Palma, para prestar servicio en la torre de control y que toda la información me la mandarían de Madrid por el conducto reglamentario.

Me vino de perlas ya que tenía una semana entera para estar con mi chica sin tener que dar explicaciones a nadie, ni siquiera a los padres de Denisse ya que aunque  conocían Soller, venían por el capricho de su hija -los ingleses son así de liberales en las cosas del querer.

Los dos primeros días fueron maravillosos, pero al tercero se torció la cosa  ya que con los nervios me dejé la carta de Alemania en mi habitación -que ya expliqué que era como una caja de cerillas-, y Denisse la leyó y no me dijo nada pero por la noche, bailando, unos de sus tacones se clavó en mi pie haciéndome un daño horrible. Ahí me di cuenta que los celos son internacionales, pero felizmente, con eso bastó y no hubo más revancha y pudimos pasar los días que faltaban, disfrutando de nuestro amor...

 

Pronto llegó de Madrid la orden de traslado a Palma, según la cual tenía que presentarme al Director de Aeropuerto que obviamente era militar y coronel, -decir que fuimos cuatro los destinados a la Torre de Control- y después de nuestra presentación al coronel Rullan -que así se llamaba-, nos comunicó que estaríamos dedicados a planes de vuelos bajo las ordenes del personal civil, por lo cual podíamos vestir de paisano, y que viviríamos en la Residencia de Suboficiales en Mallorca ciudad; comidas en el aeropuerto y en la residencia y además, subida de la  masita (así se llamaba el dinero que nos daba la madre Patria) que pasaba de 650pts de la época a 900pts. No diría que era una miseria pero casi. De todas formas,  no pagaría ya las 25pts del hostal con lo cual ya tendría un ahorro y por fin, tendría una habitación como Dios manda pero por otro lado, se acababan los ligues ya que no podrían entrar en la Residencia.

Menos mal que a estos cambios de destino vino también mi amigo Merino, el de los motores, que fue destinado a mantenimiento de la torre de control.

El nuevo destino era de lo más llevadero y nosotros mismos nos marcamos lo turnos así que trabajábamos tres o cuatro días seguidos y luego, otros tantos libres. Las tablillas (planes de vuelos) eran nuestro calvario pues la mayoría de las veces, el tubo de succión se estropeaba y teníamos que subir con ellas, la escalera de caracol y así, arriba y abajo, durante el  año y medio que duró esta vivencia mientras nosotros, nos aclimatábamos rápidamente a Palma y seguíamos en nuestro ritmo de hombres-gigolós, sobre todo Merino y yo.

Un día nos llamó el coronel Rullan a su despacho a los cuatro -ya nos llamaban controladores- y así nos recibió, como nuevos controladores. Nos comentó que en dos meses teníamos que tomar la decisión porque ya habían pasado los tres años de permanencia que habíamos firmado como especialistas y las opciones eran: quedarnos en el Ejercito haciendo el curso de Sargento, o licenciarnos e ir Madrid a dar el examen de controladores aéreos ya que con nuestra experiencia, y como éramos especialistas de Alerta y Control, -formación que nos había dado el ejército-, no tendríamos ningún problema para pasar el examen de Controladores que se realizaba, en el Instituto de Ingenieros Aeronáuticos de Madrid. Todos excepto uno, preferimos licenciarnos e ir a Madrid a examinarnos.

Esta vez y aunque ya no pertenecíamos al ejercito hacía ya unos meses, nos llevaron a Madrid en el estafeta de Getafe; allí nos despidió a pie de avión, el coronel diciéndonos que nos esperaba para pronto ya que los puestos se quedaban aguardando nuestra vuelta. Merino también se licenció y vino al examen de mantenimiento de Torres de Control que se celebraba también en la Ciudad Universitaria.

Una vez en Madrid, cada uno de nosotros se buscó la vida de la mejor manera. Yo estuve en casa de mi hermano, y el resto de los compañeros, la mayoría también tenían familiares  en Madrid.

Llego el día del examen; no solamente estábamos nosotros. También había aspirantes venidos de otros destinos, compañeros en la misma situación nuestra; en total éramos 14 que habíamos estado en diferentes Aeropuertos.

Decir que cuando entramos en el aula de examen nos quedamos locos; había más de 100 personas para examinarse; me acuerdo que un compañero me dijo: “Quino, estos son tirillas hijos de papá, date por jodido”. El examen fue una cosa absurda pero todo lo relacionado con Aviación estaba chupao y así lo comentamos al salir. La mayoría de nosotros había hecho un examen estupendo.

Fui  como unas castañuelas a casa de mi hermano Antonio y no veía la hora de volver a Palma pero tuvimos que esperar dos días para saber los resultados. Pasaron los dos días y las listas las pusieron en el Ministerio de Aire (Moncloa) y allí quedamos los compañeros,  en la Plaza de España, para ir todos juntos y una vez allí, vino la tragedia: no habíamos alcanzado la entrada al curso, ninguno pero ninguno, de los catorce operadores de Alerta y Control. La desesperación fue tremenda; ¿y ahora que? en la calle, licenciados y sin poder recurrir a nadie. Entonces nos llamó a voz en gritos por nuestros nombres, a cada uno de nosotros, un Brigada que nos metió en una sala de reuniones inmensa. Nos dijo que sentía mucho la situación y con lágrimas en los ojos,  nos comunicó que por orden del coronel de Mallorca, nos llevarían al día siguiente a Getafe, para volver a Palma. Uno de los compañeros era familiar del Brigada Laín (me acordaré del nombre toda mi vida), y le dijo al compañero que en principio, estábamos todos aprobados por llamarlo de alguna forma, pero una orden de arriba dio prioridad a los hijos de militares que se habían presentado: Como dijo mi compañero, ninguno sabía de que iba el tema -y algunos ni siquiera tenían el Bachiller- así que cuando se ponían de huelga, a mi me llevaban los demonios sobre todo, en una de ellas que fue por la titulación universitaria, que al final en plena democracia se las dieron. Después de tres años con conocimientos suficientes impartido por los americanos y pagados por los contribuyentes, una vez más este país, no tenía remedio, y estoy hablando de la época de Franco.

Llegamos Palma, al coronel no le salían las palabras. Nos dijo que eso no iba a quedar así y que no nos preocupáramos, que podíamos estar un tiempo en la Residencia de Suboficiales, -casi se me olvida, a  mi hermano Merino le pasó lo mismo, tampoco el ejército había hecho de el un buen mecánico.

Una semana después nos llamó el coronel para que comiéramos con él en la residencia de Jefes y Oficiales y allí fuimos, incluido Merino. La comida fue un poco inquietante pues todo esperábamos que nos ofrecieran entrar de nuevo en el ejército, pero Merino, tal como yo, esa propuesta, no la íbamos a firmar en la vida puesto que no teníamos madera de militar.

Pero no fue así. El coronel nos tenía la sorpresa que nos había buscado trabajo a todos. Mi destino fue el Hotel Meliá, en pleno Paseo Marítimo, como guía turístico y me debía presentar al Director, el Sr. Peláez, en cuestión de días y así lo hice. Primero de guía, de lo cual en realidad, nada. Mi trabajo era llevar a los clientes ingleses y americanos, por la noche a una Fiesta Mallorquina a las afueras de Palma, a comer conejo y paella y ver folklore autóctono. En principio no estaba mal, además con veinte añitos recién cumplidos, estaba bien lo que me echaran. Merino  estaba en un hotel cercano al mío. Había veces que coincidíamos en el Coll de Soller; él con su grupo y yo con el mío y montábamos buenos jolgorios: A mi los americanos me colmaban de propinas pues le iba contando chistes todo el camino y nunca nos faltaban las chavalas, -que eso también contaba-, y mientras tanto, seguía con mi correspondencia con Dense,  mi inglesita.

 

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