Desde que se hizo pública la dieta de Phelps, tras el éxito en Beijing 2008, es imposible no cuestionarse como ha logrado el poderío físico que posee y con el que tan bien se desenvuelve bajo el agua, empezando día desayunando tres sándwiches con huevo y queso, dos tazas de café, un omelette con cinco huevos, tres tostadas francesas con azúcar y un plato con sémola, todas cosas que a cualquier simple mortal, le harían no solo subir de peso rápidamente, sino también batir un récord, pero de colesterol alto.
Pero hay más… a la hora del almuerzo, se despacha medio kilo de pasta enriquecida; dos sándwiches de jamón y queso en pan blanco con mayonesa, lo que acompaña con bebidas energizantes; y para la cena, ingiere, según publica la BBC, otro medio kilo de pasta más una pizza grande y otro par de bebidas isotónicas.
Una persona común, que no desarrolla actividad competitiva como el norteamericano, no necesita comer tanto, ni en tantas cantidades, sin embargo, Phelps requiere de una gran cantidad de energía y estamina tanto antes como después de las competencias para poder triunfar en las mismas, y esa es la explicación, de por qué a pesar de consumir 8.000 calorías al día sumándole además, un suculento almuerzo y cena al desayuno antes mencionado, y subiendo a 12.000 cuando está en la etapa más dura de entrenamiento, está en forma.
El Tiburón nada unas 50 millas semanalmente con una intensidad descomunal, y cuando está en competencia, hay días en los que tiene que nadar dos pruebas distintas, consumiendo aun más energía de lo habitual. Se trata de unas ocho horas diarias de entrenamiento en las cuales puede fácilmente consumir esas 12 mil calorías que ingiere, las mismas que alcanzan para alimentar a cinco hombres adultos.
La genética de Phelps, es capaz de procesar los alimentos rápidamente, aunque sean de calidad dudosa para el deporte. La genética, también es importante para triunfar.